…DONDE TENGO QUE IR.

La cotidianidad es de todo menos aburrida. Se puede tener charlas fantásticas con grandes filósofos en la frutería o en la tintorería. Una pregunta puede encontrase con la posible respuesta, aunque en multitud de ocasiones son amenos monólogos paralelos llenos de consejos personales, comparaciones con lo propio, juicios de valor y demás creaciones del pensamiento. Los minutos pasan entretenidos mientras se espera para comprar unos mangos o a la consulta del pediatra. Se habla de todo y de todos. Cuando no se habla se escucha porque así se aprende. Ya decía un poeta: “Aprendo yendo donde tengo que ir».

Puede que  en estas brevedades se de que alguien abra su corazón, simplemente se queje o  acompañe con unas risas espanta-penas la situación del mundo, de la educación o de la enseñanza.

Vivimos en un momento de profundos cambios, desbordados por un exceso de información que no sabemos manejar.  Los que tenemos hijos seguimos educándolos de la misma manera que hicieron con nosotros. En la escuela adquieren de forma mecánica una serie de conocimientos de los que después son examinados  dependiendo de baremos estándar, creyendo que eso es útil para un porvenir sinónimo de felicidad. Sufrimos y les hacemos sufrir cuando vemos que no llegan a los niveles adecuados o cuando se rebelan contra ese orden impuesto. Nos desconcierta cuando nos cuestionan para qué va a servir toda esa información obsoleta, nos hemos creado unas expectativas que no vemos cumplidas porque provienen de nuestras propias carencias personales. ¿No nos estaremos estancando en el pasado?

Los padres se quejan de los docentes; los docentes de las familias; los educandos sienten falta de interés, ausencia de motivación. No ven nada qué merezca la pena y les aplasta el desánimo. Algunos recuerdan otros tiempos cuando los estudiantes tenían más ganas de aprender, preocupados por saber cosas nuevas… La culpa anda suelta y es lanzada sin tener ningún amo con el que detenerse.

¿Y si miramos más allá? 
¿Y si consideramos esta época con sus diferentes circunstancias?
¿Y si vemos lo que ha dejado de ser válido para encarar la vida?
¿Y si somos más comprensivos con los otros, con nuevos modelos y nuevas formas, sin entablar una lucha por el cambio sino acompasando lo que hay hacia lo que se avecina?

Es importante una reeducación, tanto de padres como docentes, para que mirando a los ojos de los más jóvenes podamos ver con facilidad su esencia única y personal, con cualidades que podemos ayudarles a potenciar. Si prestamos un apoyo basado en la experiencia pero no directivo, estaremos reforzando su autoestima e incitando a experimentar sin temor a decepcionarse o decepcionar. Probar esto o aquello que les guste, por muy peregrino que pueda parecer. 

Hay que generar Ilusión por la vida como una gran aventura que conlleva grandes sorpresas, unas alegres y otras con las que se comprueba la capacidad para seguir adelante. Abrir puertas hacia el corazón y desde él atravesar los obstáculos. Ese es el motor para crecer, crear, creer y avanzar…hacia donde tenemos que ir, para aprender.


BLANCO O NEGRO. PERFECCIÓN O INUTILIDAD.

Cerca de mí una mamá critica a su hija y censura todo lo que hace, la miro y me observo. Muchos padres creen que la crítica es adecuada para que el niño mejore pero tristemente el efecto es el contrario. No sólo mina la autoestima y su seguridad sino que le convierte en un «siempre-descontento». Los que hemos sido educados así, ahora de adultos tenemos la opción de reconsiderar muchas cuestiones de la infancia y elegir ser conscientes. 

Cuando prestamos Atención y nos observamos, empezamos a reconocer hasta que punto desvirtuamos lo que percibimos de la realidad para tratar de sentirnos mejor.  Caemos en estados mentales que nos favorecen poco y nos intoxican mucho. La queja y la crítica son los más dañinos, un colchón para regodearse y descargar la culpa sobre los demás o sobre las circunstancias. 

¡Qué cambien todos!: el jefe, mi pareja, el profe, lo padres, mi hija, el gobierno, el vecino, la frutera, el taxista, el médico por supuesto y las normas de la comunidad…Yo no, porque estoy en posesión de la verdad!. La mía, claro. Exijo a los demás lo que yo no estoy dispuesto a hacer, sin comprender que los otros funcionan desde el mismo punto de vista, el propio.

La queja, la crítica y su hermana la culpa hacen que siempre miremos hacia un lado diferente al que realmente interesa. Quejarse es fácil, sobre todo sin dar alternativas; culpar también lo es; la responsabilidad para conseguir algún cambio no lo es tanto, menos aún si el que tiene que cambiar es uno mismo.

Colgamos etiquetas simplistas como bueno o malo, alejándonos de esa sabiduría discriminativa que mira más allá y reconoce que la vida es ambigua y mas compleja que el blanco o negro, el soy perfecto o soy inútil.

Ocurre que esa queja externa va unidad a una gran autocrítica interna. No podemos hacer cosas diferentes dentro y fuera, una actitud de queja refleja una mente quejosa, también con uno mismo. A nadie le gusta admitir los defectos, pero hay personas para las que la imperfección (vista desde sus ideales personales) les resulta insoportable, experimentando estrés y ansiedad cuando las cosas no salen como ellas creen que deberían. Las expectativas de los perfeccionistas son irreales y conduce inevitablemente, ocurra lo que ocurra, a la decepción. 


Al descubrir este lío nocivo, enroscados en el «quejiquismo», lo ideal es no seguirnos el juego ya que nuestra visión está sesgada, contaminada por la química de esas emociones contractivas.

La cuestión es descubrir que la mente nos engaña con la idea de la perfección.

¿Ser Perfecto o Ser Humano?