LA SUERTE DE LOS VALIENTES.

LA SUERTE DE LOS VALIENTES.

El entusiasmo.

Su abuelo lucía un pequeño bigotito estilo cubano, sombrero de panamá y anillo de oro en un dedo meñique, con los que recordaba a todos que era un hombre viajado. Parecía llevar sobre su espalda un gran baúl lleno de recuerdos y, desde ese andar cansado, acompasando al de uno de sus hijos, le decía: “Hijo, para vivir no hace falta trabajar tanto. No es necesario el sacrificio”

A él le gustaba viajar y con más de ochenta años, convertía cualquier pequeña excursión en toda una aventura que preparaba con detalle y de la que después hablaba durante varios días, hasta la siguiente salida. 

Había sido un hombre de éxito. Un aventurero a los que la vida les sonríe porque la suerte es de los valientes. Animado por sus padres, que no le podían dar fortuna, había emigrado a Cuba con dos de sus hermanos. Llegó a la isla en 1893, con trece años plenos de entusiasmo, ingenio y ambición. Comenzó trabajando en una cantina y, como persona sociable, sus fructíferas relaciones  le abrieron puertas interesantes. Se dedicó durante cierto tiempo al pequeño comercio, y con los bolsillos llenos marchó a México. Decía ser culo inquieto en busca de nuevos horizontes, aunque algunos rumores apuntaban a que huía de una novia pidiendo responsabilidades. Él no afirmaba ni negaba porque nunca hablaba de éste, ni de ningún otro amorío. 

En México continuó con iniciativas en haciendas de maíz, textiles, minas y, sobretodo, supo rodearse de quienes le podían beneficiar. La riqueza de sus empresas le permitió vivir acomodado hasta que los terratenientes afines a Porfirio Díaz, dejaron de estar bien vistos y, como él, tuvieron que salir del país. 

Trajes, palacetes, servicio. De tenerlo todo, pasó a tener menos, pero conservaba una actitud mental positiva y el entusiasmo de ser capaz de cualquier cosa. Era una persona de acción que decidía volver a  su tierra. Se instaló, fundó otro próspero negocio, formó una familia, le dio tiempo a tener cinco hijos y perder a uno de ellos, que quiso hacer las Américas. 

Siempre decía, que todo le era dado. Todo lo conveniente aparecía en su vida, en el momento oportuno. Sólo había que ser entusiasta y ella te ofrecía lo que necesitabas. 

Al final de sus días, tenía la sensación de haber hecho las cosas bien, de haber alcanzado sus objetivos. Aunque, en realidad, nunca había tenido metas fijas.  Le apasionaba vivir, le ponía voluntad y la vida lo guiaba. 

***

Entusiasmo es una palabra de origen griego. Significado: «Dios está dentro de ti».

LA RABIA.

Un animal lleno de ansiedad, rabia y deseo.

La veía siempre en el mismo rincón de la cocina, sentada en una silla baja desde la que miraba por la ventana y anunciaba el tiempo para las próximas horas o días. Su yerno le decía con cariño que parecía el pastor del Gorbea y que sólo le quedaba salir en el telediario.

Ella, enmarcada en sus ropas negras, sonreía, mientras liaba un cigarro con manos ya temblorosas. Fumaba desde joven, desde que su Paco había bajado a la mina para no salir vivo. Desde que tuvo que comenzar a trabajar en la fábrica de armas para sostener las siete bocas que le pertenecían.

Se transformó entonces en un animal lleno de ansiedad, rabia y deseo. El deseo fue fácil de curar y algunos habían llenado la ausencia en su colchón. Calmaba la ansiedad con infusiones de cirigüeña que, de todos los males es dueña. Sin embargo, la rabia la acompañaba cada día, todos los días y lejos de convertirla en una persona amargada, había movilizado en ella una profunda sabiduría. La sabiduría de quien quiere absorber todo con pasión. Una pasión rabiosa por cada momento como algo hermoso.

La energía de rabia la ayudó a defenderse y proteger a su prole. Su empuje, hizo que buscara la justicia para ella y las demás mujeres de la fábrica. Agarrada a la rabia, consiguió el equilibrio necesario para sus realidades más dolorosas, la muerte de tres de sus hijos. La rabia hacía que se respetase, que se alineara con su propia verdad, consiguiendo así el respeto de todos los que la rodeaban.

Las mentiras, injusticias, engaños y traiciones que aparecieron en su vida, no se convertían en gritos, ni agresiones. Lejos de eso, habían sembrado en ella firmeza y sentido de lo oportuno. Sabía poner límites y acompañar sus quejas con alternativas, sin elevar la voz ni usar el insulto. «Eso no, esto sí o a mitad de camino»

De manera natural resolvía los conflictos movida por ese fuego interno; las soluciones venían a ella, atraídas por esa intención ardiente. Su rabia se había tornado en intuición para detectar inconvenientes, anticipándose en el tiempo. La rabia, también, le ofrecía dulces y oscuros periodos de tristeza, que ella conocía y abrazaba como parte de la vida, para sanar su corazón. Cuando salía de esos esporádicos episodios de profunda melancolía, resurgía renovada, convertida en una persona entregada, orgullosa y alegre.

Me llenaba de ternura verla cenar su sopa de tapioca con huevo. Siempre lo mismo, porque decía, le asentaba el estómago y hacía bueno el final de cada día. La tomaba lentamente, paladeando cada humeante cucharada, como había saboreando la vida. «Es lo que me pide el cuerpo, nena. Una sopina caliente y ligera»

Cuando siento rabia, tomo sopa de tapioca con huevo. Es lo que me pide el cuerpo para aligerar mi corazón.

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