¡Qué cambien todos!: el jefe, mi pareja, el profe, lo padres, mi hija, el gobierno, el vecino, la frutera, el taxista, el médico por supuesto y las normas de la comunidad…Yo no, porque estoy en posesión de la verdad!. La mía, claro. Exijo a los demás lo que yo no estoy dispuesto a hacer, sin comprender que los otros funcionan desde el mismo punto de vista, el propio.
La queja, la crítica y su hermana la culpa hacen que siempre miremos hacia un lado diferente al que realmente interesa. Quejarse es fácil, sobre todo sin dar alternativas; culpar también lo es; la responsabilidad para conseguir algún cambio no lo es tanto, menos aún si el que tiene que cambiar es uno mismo.
Colgamos etiquetas simplistas como bueno o malo, alejándonos de esa sabiduría discriminativa que mira más allá y reconoce que la vida es ambigua y mas compleja que el blanco o negro, el soy perfecto o soy inútil.
Ocurre que esa queja externa va unidad a una gran autocrítica interna. No podemos hacer cosas diferentes dentro y fuera, una actitud de queja refleja una mente quejosa, también con uno mismo.
A nadie le gusta admitir los defectos, pero hay personas para las que la imperfección (vista desde sus ideales personales) les resulta insoportable, experimentando estrés y ansiedad cuando las cosas no salen como ellas creen que deberían. Las expectativas de los perfeccionistas son irreales y conduce inevitablemente, ocurra lo que ocurra, a la decepción.Al descubrir este lío nocivo, enroscados en el «quejiquismo», lo ideal es no seguirnos el juego ya que nuestra visión está sesgada, contaminada por la química de esas emociones contractivas.
¿Ser Perfecto o Ser Humano?