TALÓN, PLANTA, DEDOS.

TALÓN, PLANTA, DEDOS.

Claridad mental y percepción.

Tenía que encontrar una solución, y no paraba de pensar en ello. A pesar de que se estrujaba el cerebro, y le daba vueltas constantemente, no había logrado durante la semana, y tampoco esa mañana, encontrar una salida. La sucesión de problemas era interminable y él no daba abasto. Todo parecía empeorar por segundos. Los pensamientos sobre su trabajo, su futuro, su familia y su vida eran cada vez más sombríos, haciéndole sentir realmente angustiado. 

La situación en su casa, era incómoda y frustrante. Sus hijos, a los que adoraba, le resultaban fastidiosos. En la empresa, sus compañeros se sentían molestos, muy enfadados por la situación, y se lo reprochaban. Los pagos que le reclamaban eran inoportunos. El tiempo utilizado en el proyecto había sido una desventaja. Las circunstancias eran muy difíciles y todo parecía ir en su contra

“Esto se acaba”. “Todo se termina”. “¿Ahora qué?”. “Hay personas que dependen de ti”. “ Eres un inútil”. “La culpa es tuya”…Estas frases lo atormentaban una y otra vez. Repeticiones de un juez interno que lo sobrevolaban constantemente para bombardearle con su juicio. Iba en caída libre hacia el desastre.

Dio un sonoro golpe encima de la mesa, no tanto para atemorizar, como para aplastar la sensación de desconsuelo que tenía encima. Quienes estaban en la sala lo miraron sorprendidos, esperando algo más. Él, abatido y cansado, decidió salir de allí. No quería volver a casa, así que comenzó a caminar sin rumbo. Sentía que el aire fresco le estimulaba. No había cogido ropa de abrigo y la sudadera era ligera, así que se subió la capucha para resguardarse un poco más. Con las manos en los bolsillos y la cabeza inclinada hacia delante, observaba el caminar de sus propios pies. 

Estaba desconcertado y en punto muerto. Decidió darse una tregua, al fin y al cabo, creía haber tocado fondo. Sus pies caminaban solos. No necesitaba pensarlo profundamente para desplazarse. Comenzó a sentirse atraído por los pies y el movimiento. Sentía la humedad del suelo en las plantas. Era capaz de notar el talón en el toque con el suelo, luego la planta y después los dedos. Una sucesión automática en la que no había confusión. Un pie avanza detrás del otro. Talón, planta, dedos. Talón, planta, dedos. Talón, planta, dedos. 

Era una situación sencilla que en esos instantes le estaba ofreciendo un sorprendente potencial de sabiduría. Talón, planta, dedos. Talón, planta, dedos. Talón, planta, dedos. 

Se alejaba del desconcierto y las complicaciones hacia la propia experiencia sensorial. Absorto en ella. No estaba ya en actitud pensativa. Caminaba a una velocidad constante y aunque la mirada sostenía lo que había en el recorrido, estaba totalmente sumergido en su propia acción de moverse. Talón, planta, dedos. Talón, planta, dedos. Talón, planta, dedos. 

Le pareció que él mismo desaparecía y daba paso a lo que estaba sucediendo. Caminaba y era el caminar, le ocurría a él y dentro de él. En lo profundo conectó con algo que ya existía. Entonces, lo vio con claridad. Apareció una intuición maravillosa. Con la Atención puesta en el momento presente sintió la certeza de la solución. 

¡Eso es! ¡Lo tengo! Y echó a correr, de regreso.

Las preguntas están unidas a las respuestas. Las soluciones junto a los problemas. Basta con apartar nuestra cháchara mental, para que se encuentren.

LA SUERTE DE LOS VALIENTES.

LA SUERTE DE LOS VALIENTES.

El entusiasmo.

Su abuelo lucía un pequeño bigotito estilo cubano, sombrero de panamá y anillo de oro en un dedo meñique, con los que recordaba a todos que era un hombre viajado. Parecía llevar sobre su espalda un gran baúl lleno de recuerdos y, desde ese andar cansado, acompasando al de uno de sus hijos, le decía: “Hijo, para vivir no hace falta trabajar tanto. No es necesario el sacrificio”

A él le gustaba viajar y con más de ochenta años, convertía cualquier pequeña excursión en toda una aventura que preparaba con detalle y de la que después hablaba durante varios días, hasta la siguiente salida. 

Había sido un hombre de éxito. Un aventurero a los que la vida les sonríe porque la suerte es de los valientes. Animado por sus padres, que no le podían dar fortuna, había emigrado a Cuba con dos de sus hermanos. Llegó a la isla en 1893, con trece años plenos de entusiasmo, ingenio y ambición. Comenzó trabajando en una cantina y, como persona sociable, sus fructíferas relaciones  le abrieron puertas interesantes. Se dedicó durante cierto tiempo al pequeño comercio, y con los bolsillos llenos marchó a México. Decía ser culo inquieto en busca de nuevos horizontes, aunque algunos rumores apuntaban a que huía de una novia pidiendo responsabilidades. Él no afirmaba ni negaba porque nunca hablaba de éste, ni de ningún otro amorío. 

En México continuó con iniciativas en haciendas de maíz, textiles, minas y, sobretodo, supo rodearse de quienes le podían beneficiar. La riqueza de sus empresas le permitió vivir acomodado hasta que los terratenientes afines a Porfirio Díaz, dejaron de estar bien vistos y, como él, tuvieron que salir del país. 

Trajes, palacetes, servicio. De tenerlo todo, pasó a tener menos, pero conservaba una actitud mental positiva y el entusiasmo de ser capaz de cualquier cosa. Era una persona de acción que decidía volver a  su tierra. Se instaló, fundó otro próspero negocio, formó una familia, le dio tiempo a tener cinco hijos y perder a uno de ellos, que quiso hacer las Américas. 

Siempre decía, que todo le era dado. Todo lo conveniente aparecía en su vida, en el momento oportuno. Sólo había que ser entusiasta y ella te ofrecía lo que necesitabas. 

Al final de sus días, tenía la sensación de haber hecho las cosas bien, de haber alcanzado sus objetivos. Aunque, en realidad, nunca había tenido metas fijas.  Le apasionaba vivir, le ponía voluntad y la vida lo guiaba. 

***

Entusiasmo es una palabra de origen griego. Significado: «Dios está dentro de ti».

LA RABIA.

Un animal lleno de ansiedad, rabia y deseo.

La veía siempre en el mismo rincón de la cocina, sentada en una silla baja desde la que miraba por la ventana y anunciaba el tiempo para las próximas horas o días. Su yerno le decía con cariño que parecía el pastor del Gorbea y que sólo le quedaba salir en el telediario.

Ella, enmarcada en sus ropas negras, sonreía, mientras liaba un cigarro con manos ya temblorosas. Fumaba desde joven, desde que su Paco había bajado a la mina para no salir vivo. Desde que tuvo que comenzar a trabajar en la fábrica de armas para sostener las siete bocas que le pertenecían.

Se transformó entonces en un animal lleno de ansiedad, rabia y deseo. El deseo fue fácil de curar y algunos habían llenado la ausencia en su colchón. Calmaba la ansiedad con infusiones de cirigüeña que, de todos los males es dueña. Sin embargo, la rabia la acompañaba cada día, todos los días y lejos de convertirla en una persona amargada, había movilizado en ella una profunda sabiduría. La sabiduría de quien quiere absorber todo con pasión. Una pasión rabiosa por cada momento como algo hermoso.

La energía de rabia la ayudó a defenderse y proteger a su prole. Su empuje, hizo que buscara la justicia para ella y las demás mujeres de la fábrica. Agarrada a la rabia, consiguió el equilibrio necesario para sus realidades más dolorosas, la muerte de tres de sus hijos. La rabia hacía que se respetase, que se alineara con su propia verdad, consiguiendo así el respeto de todos los que la rodeaban.

Las mentiras, injusticias, engaños y traiciones que aparecieron en su vida, no se convertían en gritos, ni agresiones. Lejos de eso, habían sembrado en ella firmeza y sentido de lo oportuno. Sabía poner límites y acompañar sus quejas con alternativas, sin elevar la voz ni usar el insulto. «Eso no, esto sí o a mitad de camino»

De manera natural resolvía los conflictos movida por ese fuego interno; las soluciones venían a ella, atraídas por esa intención ardiente. Su rabia se había tornado en intuición para detectar inconvenientes, anticipándose en el tiempo. La rabia, también, le ofrecía dulces y oscuros periodos de tristeza, que ella conocía y abrazaba como parte de la vida, para sanar su corazón. Cuando salía de esos esporádicos episodios de profunda melancolía, resurgía renovada, convertida en una persona entregada, orgullosa y alegre.

Me llenaba de ternura verla cenar su sopa de tapioca con huevo. Siempre lo mismo, porque decía, le asentaba el estómago y hacía bueno el final de cada día. La tomaba lentamente, paladeando cada humeante cucharada, como había saboreando la vida. «Es lo que me pide el cuerpo, nena. Una sopina caliente y ligera»

Cuando siento rabia, tomo sopa de tapioca con huevo. Es lo que me pide el cuerpo para aligerar mi corazón.

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SIN NINGUNA DUDA.

Está permitida la confianza.

Las circunstancias de la vida no dependen de nosotros y una parte de nuestra libertad está atada a sus caprichos. Sin embargo, hay otra libertad más sutil e íntima. Una libertad innata del ser humano y que nadie nos puede quitar. La de elegir cómo jugar las cartas que nos tocan, en este juego existencial.

Efectivamente, si el escenario en que nos colocan, es inevitable; no lo es la actitud que decidamos tomar ante él. Se puede encontrar el camino sin dejarnos llevar por la desolación y el determinismo. Podemos renacer, somos capaces de salir adelante, porque hay una batería de recursos escondida en nuestra fortaleza.

Tras una caída podemos levantarnos, lamer nuestras heridas y reconstruir los destrozos. Resurgir de las cenizas para comenzar de nuevo, porque, si miramos hacia atrás, seguro que en algún punto de nuestra biografía ya lo hemos hecho antes. Tal vez varias veces.

No siempre es fácil pero debemos creer y confiar en esa posibilidad. Dar tiempo, acompañarnos con paciencia desde la ternura, abrazar al dolor para suavizarlo y, poco a poco, la suave calma llega después de la tormenta. Somos capaces, incluso desde la alquimia mágica que es la creatividad, de transformar el sufrimiento en belleza. Tal vez más poemas, más humanidad, más escucha compartida, más humildad, más serenidad y aprecio de lo que somos. De lo verdadero.

Estamos digiriendo y purificando para generar esa profunda firmeza que parte de nuestras raíces, de cada árbol de vida, de nuestro origen. Si hemos llegado hasta aquí, podemos, sin ninguna duda, dar un significado a esto que ocurre y crear una nueva oportunidad.

Así sea.

Artículo publicado en TeoVivo. La Coruña.

MI CONFESIÓN.

Soy egoísta, lo confieso.

Me enseñaron, como a la mayoría, a amar desde la carencia. Primero el otro y luego yo, porque así se demuestra el amor, ¿verdad?. Ahora, a mis cincuenta, soy una egoísta conversa y me entrego a su práctica, unas veces con más acierto que otras. Las costumbres pesan mucho, en ocasiones me arrastran pero confío que la vida me regale muchos años para profundizar en esta materia. 

A mis hijas las animo para que vivan de acuerdo a sus deseos, no conforme a lo que otros esperan de ellas, sabiendo que entre esos “otros” estoy yo. Las invito a que usen sus fortalezas, sus dones, su pasión. Que sigan el camino hacia sus propias metas, y que en el angustioso momento de tomar decisiones, sean egoístas. Quiero que miren únicamente hacia su interior. 

Escrito así, parece que viene de una persona desnaturalizada. Sin embargo, el recorrido ha sido largo hasta esta afirmación. Soy egoísta, y quiero que mis hijas lo sean. Para que en ellas germine esta semilla, tienen que verlo en mí, porque se aprende de quienes nos educan. Hay mamás y papás que dicen:  “Yo soy así, pero no quiero que mis hijos o hijas lo sean” “Yo hago esto, pero no quiero que ellos lo hagan”. Pues, craso error, los hijos copian lo que ven, somos su ejemplo de vida. 

Estoy convencida que perdemos demasiado tiempo tratando de complacer a otras personas, tratando de amarlas de la manera equivocada. Pienso sinceramente que malgastamos nuestro precioso tiempo y energía, intentando cumplir expectativas ajenas, cuando la vida es única, personal y demasiado corta. 

Hace unas semanas, en una comida grupal, me senté al lado de una mujer que no conocía. Comenzamos a hablar, y comentó que se dedicaba a un negocio familiar que había prosperado gracias al esfuerzo sacrificado de sus padres y abuelos. Al hacerse mayores sus padres, “se había decidido” que ella lo regentara, y así había sido, para el descanso de sus hermanos. Disfruta de una posición acomodada, sin embargo, la alegría no le brota por los poros precisamente, más bien, la resignación y el desánimo. Siente el peso del fracaso y de la culpa. Culpa, en doble sentido: tratar de evitar el cargo de conciencia, la determinó a aceptar el designio familiar; la culpa, sentida intensamente ahora, es la que pesa sobre su elección personal. No haber sido fiel a sí misma. 

Lo ideal, lo que nos inculcan en el manual de las buenas costumbres y maneras, es ser altruistas. Es políticamente correcto, y a simple vista parece lo óptimo. Sin embargo, se puede hacer una revisión de términos y lo que implican.

Altruista con abnegación:

una actitud donde solamente existen los demás. El “yo” no existe. Esta disposición constante recibirá su recompensa en el más allá. La creencia que lo sostiene es que todo tiene su premio, y, en este caso, se espera a muy largo plazo. 

Altruismo Interesado:

los demás son lo primero. En el hipotético caso de que me quedara tiempo, sería para mí. Pero claro, siempre hay alguien necesitado. Este altísimo eslabón puede esconder un egoísmo encubierto. Depende tanto del afecto como de la valoración ajena. Alguien se siente obligado, está en deuda, y eso, engrandece. En el fondo, espera que lo dado retorne de alguna manera. Pueden surgir expresiones como: “Yo, que me he sacrificado tanto por ti, por la causa, por la empresa…” “¡Así se me paga!”

Egoísmo profundo.

patológico, es arrugado como un ombligo. Una actitud ante la que no existe nadie más que el “sí mismo”. Primero yo, después yo y nadie más que yo. Lo dicho, enfermizo. 

Egoísmo generoso.

En primer lugar resuelvo lo mío, atiendo mi esfera estrictamente personal y así, estoy en disposición de atender a los demás de manera adecuada. Tiempo y recursos para cuidarse, para nutrirse interiormente, para prestarse atención. Este es el egoísmo deseable, el que debe ser practicado y que genera una aportación desprendida hacia afuera. 

La primera opción, la abnegación, es mirar a muy largo plazo. El aquí y ahora es mucho más interesante. El segundo, el altruismo interesado, es el habitual, y no da resultados prácticos. Mucha prueba y error me lo han demostrado. Así y todo, aún caigo de vez en cuando. El tercero, el egoísmo profundo, es enfermizo y aburrido. Así que la opción más interesante y útil es la última, el egoísmo generoso. 

“Lo siento, ahora no puedo. Necesito y me tomo tiempo para mí”

Desde el momento que yo me doy, me nutro, estoy realmente en disposición para asistir a otras personas de una manera totalmente desprendida. 

En los aviones dicen que, en caso de emergencia, te pongas la máscara antes de ayudar a otros. Esto es de vital importancia, ya que la falta de oxígeno hace perder la consciencia, y es imposible socorrer a nadie más. También es fácil de explicar con el dinero: si no tenemos dinero, no se lo podemos dar a los demás. Pues bien, si no nos amamos a nosotros mismos, no podemos amar a los otros de una manera auténtica. 

Tal vez, la persona que lee este artículo pueda encuadrar, desde la honestidad, sus acciones en alguna de estas categorías. Seguro que unas veces en una, y otras en otra. También puede reflexionar sobre cómo lo hace, desde dónde lo hace, cómo se siente; si podría sentirse de otra manera, cambiando algo, o si querría sentirse de forma diferente. 

Se trata de priorizarse y así, darse mejor cuando surja la ocasión. Si yo me atiendo, me cuido, dedico parte de mi tiempo y recursos a actividades que contribuyen a mi salud, las que me gustan y con las que disfruto, estoy mostrando a mis hijas el camino del auto-cuidado. Desde este punto, genero en mí una actitud más amable y saludable, lejos del resentimiento oculto al que da lugar el altruismo interesado.  

Es cuestión de practicar. Practicar el “noísmo”, el “yo lo merezco”, el “yo soy mi mejor compañía”. Es repetir, hasta llegar al hábito del auto-cuidado. Con la repetición se transforma en arte.

Bueno, pues nada más por esta vez. Si crees que el egoísmo generoso puede ser tu alternativa vital y comienzas a practicarlo, no dudes en llamarme para compartir experiencias. 

Agradezco que acojas mi confesión. Un saludo cordial de esta egoísta, Generosa. 

Publicada en El Revistín. Avilés febrero 2020

¿CÓMO ES TU NATURALEZA?

¿Cómo es tu naturaleza?

Cada persona de este planeta posee una naturaleza particular y podemos ser conscientes de ese plano esencial. Esto puede parecer novedoso pero únicamente revela la verdad de lo que tú eres y de lo que todos somos.

El mismo aliento de vida se manifiesta de manera diferente en todo ser humano. Cada uno tiene su propia esencia y presencia. Ésta es diferente de la personalidad la cual es, en gran medida, ese escudo protector detrás del que se esconde y se protege. Tu esencia no es tu ego.

¿Cómo es tu propio espíritu? ¿Cómo podrías describir esa fuerza vital denominada tú? ¿Es tímido, apasionado, independiente, creativo? ¿En que área de tu vida te sientes mejor, más capaz? ¿Qué actividades te absorben hasta perder la noción del tiempo? ¿Qué es lo que te inspira?

Para saber qué alimenta tu espíritu has de reconocer qué experiencias, actividades y energías le dan fuerza, lo activan, lo fortalecen, haciéndote sentir completamente satisfecho con tu vida y a gusto en tu propia piel.

Yo disfruto con el silencio, la música tranquila, pararme a pensar, escribir, sentirme en soledad, no necesito demasiada acción para ser feliz. Mi espíritu ama la naturaleza, más la playa que la montaña, me revitaliza el aire del mar, la luz del sol, el calor, leer, enseñar, escuchar historias. Prefiero un paseo a hacer footing y el yoga a andar en bicicleta, un mercado dominguero a ir de tiendas, me gusta el olor de los aceites , pero no demasiado las especias, prefiero las imágenes en cuadros que hacer fotografías, disfruto riéndome pero no lleno mi tiempo cantando. Me gustan las plantas, así que podría gozar en un jardín o en una huerta, eso es algo para descubrir, como muchas otras cosas más.

Cuando eres sensible a las necesidades de tu espíritu y decides prestarle atención, las cosas empiezan a cobrar sentido y aparece la calma. Lamentablemente mucha gente admite disfrutar de pocos momentos de cuidado. Limitarse a seguir trabajando afanosamente, siguiendo la responsabilidad y el deber hace que se soporte la vida en lugar de vivirla.

Comienza por prestar atención a tu vida cotidiana para reconocer los momentos en los que te sientes a gusto y en paz con lo que haces.
¿Qué es lo que estás haciendo cuando te sientes bien? Céntrate en actividades que te den placer y satisfacción. Fíjate en esos momentos en los que te ríes, cuando estás libre de preocupaciones, y sientes ligereza.

Esas ocasiones en las que tu alma está inspirada (en espíritu). Si te escuchas y te ofreces lo que necesitas sentirás tranquilidad y satisfacción.

¿Eres sensible a tus necesidades? ¿Cómo es tu naturaleza esencial?

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