Cada proceso de duelo es diferente y debemos escucharnos para descubrir nuestro camino de re-organización interna. Sentir la pérdida, expresarla y ser complaciente con las propias necesidades es, en esta etapa, una prioridad.
En mi proceso hay una evidente necesidad de orden que se manifesta exteriormente. Muevo, saco, tiro, pinto, limpio.. Mi foco de atención se posa en armarios, cajones, estantes de libros, cestillos con gomas del pelo, los cubiertos o sacar punta a los lápices de colores… convirtiéndolos en un poderoso bálsamo para curar mi herida.
Reconozco que tengo una asombrosa capacidad para bucear amablemente en el desorden porque convierto cualquier espacio en confusión en muy poco tiempo. Afortunadamente esta habilidad va acompañada de una rara “disposición sincrónica” y lo que necesito siempre aparece cuando es preciso. Ya sean las hadas, los elfos, extraña suerte o el universo que se reestructura con el pensamiento, las cosas están ahí cuando las busco. Sin embargo ahora valoro la inmediatez.
Los revoltijos caseros suelen estar llenos de recuerdos, a veces rodeados por soledad de hondos silencios y van apareciendo para tenerlos al alcance, observarlos y permitir que se disipen. Si pretendemos mantenerlos escondidos en las profundidades surgen como una parte sombría para atemorizarnos con su persecución. Cuando los fantasmas de la memoria se liberan llega la serenidad que permite ver el presente como un regalo que hay que agradecer. El estado sostenido de bienestar lo da estar en paz con todas las experiencias del pasado para verlas con el filtro del aprendizaje.
Desde la confianza en este aprendizaje comparto memorias.
Cuando desaparece una pieza en el juego del ajedrez, todas las demás se recolocan para continuar. Lo mismo ocurre en el juego del gran tablero donde los sistemas se acomodan, se mueven y se reajustan para seguir la partida. Mi familia está una etapa de cambios, de subidas y bajadas, rodeados de la confusión que precede al orden.
Desde este caos transformador observo a mis hijas cuando se enfadan, parece un momento eterno pero es sorprendente como lo sueltan y pasan a otra emoción.
Nunca están enfadadas por “lo que hiciste ayer”, no quedan enredadas en el rencor ni rumian constantemente pensamientos que les crean ansiedad. Eso que los adultos hacemos con tanta facilidad, fermentamos lo que sentimos hasta convertirlo en un chucrut emocional.
¡ATENCIÓN AL CAOS!
Gritos, llantos, portazos, amenazas…explosiones a las que resulta difícil no reaccionar desde un enfado adulto que ponga fin al asunto con la razón que parece dar la edad, el tamaño y el poder. Cuando acepto que ellas manifiestan así sus cambios vitales, mi mirada se hace más comprensiva, me permite ver el valor y la entrega que hay detrás.
Sus arrebatos, también los míos, muestran unas profundas ganas de vivir; cómo quieren poner limites ante la invasión de su espacio personal por circunstancias que desconocen, cómo tratan de resolver conflictos internos creando nuevas reglas para recuperar el equilibrio.
Lo que piden con sus disgustos no es que busque al culpable o la razón, sino que las acompañe en su sensación de pérdida, de ruptura y tránsito hacia adelante. Todas sus expresiones tratan de liberar la energía paralizadora del miedo para llevarla a una acción prudente, porque todas las emociones están nutridas por el mismo combustible valioso. Es la vida quien las sustenta.
Las acompaño mientras sigo aprendiendo en esta labor de alfabetización emocional. Puedo ocuparme de lo que es evidente pero únicamente puedo estar presente ante lo que es más incómodo y menos obvio para mí.
Trato de construir nuestro vínculo desde el afecto libre de juicio, confiando en su proceso de crecimiento que es el mío. Así que aparto las expectativas de madre, los juegos manipuladores, para amar tanto sus capacidades como sus limitaciones, para tejer lazos que unan pero que no aten, para que se sientan independientes y seguras.
Y todo esto que parece un gran espacio, sólo dura el instante suficiente de Atención Consciente.
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Comienzo esta nueva andadura a los 43 años. Creyendo y confiando en mí, con la certeza de que el camino lo escojo yo y que un mundo de infinitas posibilidades se abre a mis pies. Doy gracias por todo lo que tengo: por mi familia, por mi compañero de esta vida, porque mis hijas me hayan escogido como madre, por mis amig@s y la tribu que formamos, por todo lo que me ha ayudado a crecer… Agradezco todo lo que soy, porque conozco mis valores y me guío por ellos, por reconocer mis fortalezas y debilidades, por estar abierta a la crítica sincera y bien intencionada, por sentirme segura de mi misma, por gustarme, por poseer autocontrol, ser íntegra, por ser comprometida, tener iniciativa, por promover el desarrollo en los demás, por ser catalizadora de cambios, por estar dispuesta a abrir la mente y aprender…
Así comienzo mi vida con Mindfulness queriendo cambiar la vida de quienes me sigan a mejor al mismo tiempo que cambio la mía.
Lucho por la vida y por lo que aún me queda por vivir.