por Generosa Lombardero | Feb 22, 2020 | Blog
Soy egoísta, lo confieso.
Me enseñaron, como a la mayoría, a amar desde la carencia. Primero el otro y luego yo, porque así se demuestra el amor, ¿verdad?. Ahora, a mis cincuenta, soy una egoísta conversa y me entrego a su práctica, unas veces con más acierto que otras. Las costumbres pesan mucho, en ocasiones me arrastran pero confío que la vida me regale muchos años para profundizar en esta materia.
A mis hijas las animo para que vivan de acuerdo a sus deseos, no conforme a lo que otros esperan de ellas, sabiendo que entre esos “otros” estoy yo. Las invito a que usen sus fortalezas, sus dones, su pasión. Que sigan el camino hacia sus propias metas, y que en el angustioso momento de tomar decisiones, sean egoístas. Quiero que miren únicamente hacia su interior.
Escrito así, parece que viene de una persona desnaturalizada. Sin embargo, el recorrido ha sido largo hasta esta afirmación. Soy egoísta, y quiero que mis hijas lo sean. Para que en ellas germine esta semilla, tienen que verlo en mí, porque se aprende de quienes nos educan. Hay mamás y papás que dicen: “Yo soy así, pero no quiero que mis hijos o hijas lo sean” “Yo hago esto, pero no quiero que ellos lo hagan”. Pues, craso error, los hijos copian lo que ven, somos su ejemplo de vida.
Estoy convencida que perdemos demasiado tiempo tratando de complacer a otras personas, tratando de amarlas de la manera equivocada. Pienso sinceramente que malgastamos nuestro precioso tiempo y energía, intentando cumplir expectativas ajenas, cuando la vida es única, personal y demasiado corta.
Hace unas semanas, en una comida grupal, me senté al lado de una mujer que no conocía. Comenzamos a hablar, y comentó que se dedicaba a un negocio familiar que había prosperado gracias al esfuerzo sacrificado de sus padres y abuelos. Al hacerse mayores sus padres, “se había decidido” que ella lo regentara, y así había sido, para el descanso de sus hermanos. Disfruta de una posición acomodada, sin embargo, la alegría no le brota por los poros precisamente, más bien, la resignación y el desánimo. Siente el peso del fracaso y de la culpa. Culpa, en doble sentido: tratar de evitar el cargo de conciencia, la determinó a aceptar el designio familiar; la culpa, sentida intensamente ahora, es la que pesa sobre su elección personal. No haber sido fiel a sí misma.
Lo ideal, lo que nos inculcan en el manual de las buenas costumbres y maneras, es ser altruistas. Es políticamente correcto, y a simple vista parece lo óptimo. Sin embargo, se puede hacer una revisión de términos y lo que implican.
Altruista con abnegación:
una actitud donde solamente existen los demás. El “yo” no existe. Esta disposición constante recibirá su recompensa en el más allá. La creencia que lo sostiene es que todo tiene su premio, y, en este caso, se espera a muy largo plazo.
Altruismo Interesado:
los demás son lo primero. En el hipotético caso de que me quedara tiempo, sería para mí. Pero claro, siempre hay alguien necesitado. Este altísimo eslabón puede esconder un egoísmo encubierto. Depende tanto del afecto como de la valoración ajena. Alguien se siente obligado, está en deuda, y eso, engrandece. En el fondo, espera que lo dado retorne de alguna manera. Pueden surgir expresiones como: “Yo, que me he sacrificado tanto por ti, por la causa, por la empresa…” “¡Así se me paga!”
Egoísmo profundo.
patológico, es arrugado como un ombligo. Una actitud ante la que no existe nadie más que el “sí mismo”. Primero yo, después yo y nadie más que yo. Lo dicho, enfermizo.
Egoísmo generoso.
En primer lugar resuelvo lo mío, atiendo mi esfera estrictamente personal y así, estoy en disposición de atender a los demás de manera adecuada. Tiempo y recursos para cuidarse, para nutrirse interiormente, para prestarse atención. Este es el egoísmo deseable, el que debe ser practicado y que genera una aportación desprendida hacia afuera.
La primera opción, la abnegación, es mirar a muy largo plazo. El aquí y ahora es mucho más interesante. El segundo, el altruismo interesado, es el habitual, y no da resultados prácticos. Mucha prueba y error me lo han demostrado. Así y todo, aún caigo de vez en cuando. El tercero, el egoísmo profundo, es enfermizo y aburrido. Así que la opción más interesante y útil es la última, el egoísmo generoso.
“Lo siento, ahora no puedo. Necesito y me tomo tiempo para mí”
Desde el momento que yo me doy, me nutro, estoy realmente en disposición para asistir a otras personas de una manera totalmente desprendida.
En los aviones dicen que, en caso de emergencia, te pongas la máscara antes de ayudar a otros. Esto es de vital importancia, ya que la falta de oxígeno hace perder la consciencia, y es imposible socorrer a nadie más. También es fácil de explicar con el dinero: si no tenemos dinero, no se lo podemos dar a los demás. Pues bien, si no nos amamos a nosotros mismos, no podemos amar a los otros de una manera auténtica.
Tal vez, la persona que lee este artículo pueda encuadrar, desde la honestidad, sus acciones en alguna de estas categorías. Seguro que unas veces en una, y otras en otra. También puede reflexionar sobre cómo lo hace, desde dónde lo hace, cómo se siente; si podría sentirse de otra manera, cambiando algo, o si querría sentirse de forma diferente.
Se trata de priorizarse y así, darse mejor cuando surja la ocasión. Si yo me atiendo, me cuido, dedico parte de mi tiempo y recursos a actividades que contribuyen a mi salud, las que me gustan y con las que disfruto, estoy mostrando a mis hijas el camino del auto-cuidado. Desde este punto, genero en mí una actitud más amable y saludable, lejos del resentimiento oculto al que da lugar el altruismo interesado.
Es cuestión de practicar. Practicar el “noísmo”, el “yo lo merezco”, el “yo soy mi mejor compañía”. Es repetir, hasta llegar al hábito del auto-cuidado. Con la repetición se transforma en arte.
Bueno, pues nada más por esta vez. Si crees que el egoísmo generoso puede ser tu alternativa vital y comienzas a practicarlo, no dudes en llamarme para compartir experiencias.
Agradezco que acojas mi confesión. Un saludo cordial de esta egoísta, Generosa.
Publicada en El Revistín. Avilés febrero 2020