MI CONFESIÓN.

Soy egoísta, lo confieso.

Me enseñaron, como a la mayoría, a amar desde la carencia. Primero el otro y luego yo, porque así se demuestra el amor, ¿verdad?. Ahora, a mis cincuenta, soy una egoísta conversa y me entrego a su práctica, unas veces con más acierto que otras. Las costumbres pesan mucho, en ocasiones me arrastran pero confío que la vida me regale muchos años para profundizar en esta materia. 

A mis hijas las animo para que vivan de acuerdo a sus deseos, no conforme a lo que otros esperan de ellas, sabiendo que entre esos “otros” estoy yo. Las invito a que usen sus fortalezas, sus dones, su pasión. Que sigan el camino hacia sus propias metas, y que en el angustioso momento de tomar decisiones, sean egoístas. Quiero que miren únicamente hacia su interior. 

Escrito así, parece que viene de una persona desnaturalizada. Sin embargo, el recorrido ha sido largo hasta esta afirmación. Soy egoísta, y quiero que mis hijas lo sean. Para que en ellas germine esta semilla, tienen que verlo en mí, porque se aprende de quienes nos educan. Hay mamás y papás que dicen:  “Yo soy así, pero no quiero que mis hijos o hijas lo sean” “Yo hago esto, pero no quiero que ellos lo hagan”. Pues, craso error, los hijos copian lo que ven, somos su ejemplo de vida. 

Estoy convencida que perdemos demasiado tiempo tratando de complacer a otras personas, tratando de amarlas de la manera equivocada. Pienso sinceramente que malgastamos nuestro precioso tiempo y energía, intentando cumplir expectativas ajenas, cuando la vida es única, personal y demasiado corta. 

Hace unas semanas, en una comida grupal, me senté al lado de una mujer que no conocía. Comenzamos a hablar, y comentó que se dedicaba a un negocio familiar que había prosperado gracias al esfuerzo sacrificado de sus padres y abuelos. Al hacerse mayores sus padres, “se había decidido” que ella lo regentara, y así había sido, para el descanso de sus hermanos. Disfruta de una posición acomodada, sin embargo, la alegría no le brota por los poros precisamente, más bien, la resignación y el desánimo. Siente el peso del fracaso y de la culpa. Culpa, en doble sentido: tratar de evitar el cargo de conciencia, la determinó a aceptar el designio familiar; la culpa, sentida intensamente ahora, es la que pesa sobre su elección personal. No haber sido fiel a sí misma. 

Lo ideal, lo que nos inculcan en el manual de las buenas costumbres y maneras, es ser altruistas. Es políticamente correcto, y a simple vista parece lo óptimo. Sin embargo, se puede hacer una revisión de términos y lo que implican.

Altruista con abnegación:

una actitud donde solamente existen los demás. El “yo” no existe. Esta disposición constante recibirá su recompensa en el más allá. La creencia que lo sostiene es que todo tiene su premio, y, en este caso, se espera a muy largo plazo. 

Altruismo Interesado:

los demás son lo primero. En el hipotético caso de que me quedara tiempo, sería para mí. Pero claro, siempre hay alguien necesitado. Este altísimo eslabón puede esconder un egoísmo encubierto. Depende tanto del afecto como de la valoración ajena. Alguien se siente obligado, está en deuda, y eso, engrandece. En el fondo, espera que lo dado retorne de alguna manera. Pueden surgir expresiones como: “Yo, que me he sacrificado tanto por ti, por la causa, por la empresa…” “¡Así se me paga!”

Egoísmo profundo.

patológico, es arrugado como un ombligo. Una actitud ante la que no existe nadie más que el “sí mismo”. Primero yo, después yo y nadie más que yo. Lo dicho, enfermizo. 

Egoísmo generoso.

En primer lugar resuelvo lo mío, atiendo mi esfera estrictamente personal y así, estoy en disposición de atender a los demás de manera adecuada. Tiempo y recursos para cuidarse, para nutrirse interiormente, para prestarse atención. Este es el egoísmo deseable, el que debe ser practicado y que genera una aportación desprendida hacia afuera. 

La primera opción, la abnegación, es mirar a muy largo plazo. El aquí y ahora es mucho más interesante. El segundo, el altruismo interesado, es el habitual, y no da resultados prácticos. Mucha prueba y error me lo han demostrado. Así y todo, aún caigo de vez en cuando. El tercero, el egoísmo profundo, es enfermizo y aburrido. Así que la opción más interesante y útil es la última, el egoísmo generoso. 

“Lo siento, ahora no puedo. Necesito y me tomo tiempo para mí”

Desde el momento que yo me doy, me nutro, estoy realmente en disposición para asistir a otras personas de una manera totalmente desprendida. 

En los aviones dicen que, en caso de emergencia, te pongas la máscara antes de ayudar a otros. Esto es de vital importancia, ya que la falta de oxígeno hace perder la consciencia, y es imposible socorrer a nadie más. También es fácil de explicar con el dinero: si no tenemos dinero, no se lo podemos dar a los demás. Pues bien, si no nos amamos a nosotros mismos, no podemos amar a los otros de una manera auténtica. 

Tal vez, la persona que lee este artículo pueda encuadrar, desde la honestidad, sus acciones en alguna de estas categorías. Seguro que unas veces en una, y otras en otra. También puede reflexionar sobre cómo lo hace, desde dónde lo hace, cómo se siente; si podría sentirse de otra manera, cambiando algo, o si querría sentirse de forma diferente. 

Se trata de priorizarse y así, darse mejor cuando surja la ocasión. Si yo me atiendo, me cuido, dedico parte de mi tiempo y recursos a actividades que contribuyen a mi salud, las que me gustan y con las que disfruto, estoy mostrando a mis hijas el camino del auto-cuidado. Desde este punto, genero en mí una actitud más amable y saludable, lejos del resentimiento oculto al que da lugar el altruismo interesado.  

Es cuestión de practicar. Practicar el “noísmo”, el “yo lo merezco”, el “yo soy mi mejor compañía”. Es repetir, hasta llegar al hábito del auto-cuidado. Con la repetición se transforma en arte.

Bueno, pues nada más por esta vez. Si crees que el egoísmo generoso puede ser tu alternativa vital y comienzas a practicarlo, no dudes en llamarme para compartir experiencias. 

Agradezco que acojas mi confesión. Un saludo cordial de esta egoísta, Generosa. 

Publicada en El Revistín. Avilés febrero 2020

Felicidades para ti. Enhorabuena para mí.

Sigo aprendiendo mientras gano en madurez y en observación. Estar en contacto con la infancia es acercarse a la curiosidad y la sorpresa, eso que parece haberse dormido en el adulto pero que se despierta por el contagio, si lo permitimos.  Cuando le presto atención a la creatividad infantil, a cómo se perciben cercanos e iguales, a la facilidad que tienen para aceptarse y a su ilusión, me cuestiono bastante la idoneidad del adulto como evolución. 
 
Escucho decir con frecuencia que la vida no es justa. Efectivamente, la vida no se basa en la justicia, ni a quien favorece. Cosmos significa armonía y eso es hacia lo que tienden los organismos como sistemas, hacia el equilibrio. Una celebración infantil, como el cumpleaños de una de mis hijas, es buen momento para ver como las diferencias entre los niños y niñas se armonizan, se acompasan y dan respuestas a las necesidades del todo que forman; alejándose mucho, aunque no lo parezca, del caos. 
 
Los ojos infantiles miran desde la sencillez, hacen que las cosas sean fáciles porque no se rigen por la razón sino por la emoción de una manera limpia. Por eso el resentimiento no es producto infantil porque el enfado o la rabia llegan y más temprano que tarde desaparecen, sin cocerse ni requemarse.
 
Los grupos de gente menuda son representación de la realidad social adulta pero con más inteligencia emocional. No se dejan llevar fácilmente por lo que dicen los demás, se hacen amigos sin esfuerzo y sin importar el idioma; desanimarse es un verbo casi desconocido porque siempre hay alguien que incita a probar otra opción; aprenden con el error lo que les conviene hacer y sobre todo, aprovechan cualquier oportunidad para lucir su ingenio. ¿Qué es una caja de cartón para ellos o la arena, piedras, barro…? Puede ser cualquier cosa. ¡Cualquiera!
 
Cuando los niños y niñas aprenden, les gusta compartir lo que saben. A los de más edad les encanta mostrar sus destrezas y cómo las hacen, mientras que los menores observan con mucho interés. No hay soberbia, sólo generosidad por una parte y afán por otra. Nadie se siente amenazado por el saber ajeno porque supone una fuente de la que beber. Son grandes maestros unos de otros, que se respetan. Es admirable.
 
Una celebración de cumpleaños que me ha permitido nuevamente ver como cada carácter aporta, siempre para enriquecer. Algunos planifican, otros toman las decisiones, los hay que son más intuitivos y se equilibran con quienes aportan reflexión. Unos contribuyen con fuerza y  energía, otros con calma y resistencia a la presión. Algunos con la alegría porque les gusta que todo vaya bien. Hay quienes prestan mucha atención al detalle y aquellos que dan soluciones acertadas desde la abstracción. Entre ellos expresan sus necesidades, desde lo que son, sin dobleces. Son capaces de unir intereses y también saberse independientes. 
 
Forman un grupo de únicos e irrepetibles. Cada uno aportando, desde esa unicidad, abundancia de fortalezas porque nadie se siente especial. 
 
Cuánto tenemos “los crecidos” que aprender, con la ventaja de saber dónde podemos encontrar la solución. Ese niño/a nunca se ha ido, no se marchó, únicamente lo hemos revestido de una, cada vez más gruesa, coraza. 
 
Felicidades Daniela, mi amor. Para que crezcas por fuera, alimentando lo de dentro.
 
 
 

Así comienzo

Puedes acceder a mis Cursos de Mindfulness en Esencia de Atención con actividades presenciales y online.

Comienzo esta nueva andadura a los 43 años. Creyendo y confiando en mí, con la certeza de que el camino lo escojo yo y que un mundo de infinitas posibilidades se abre a mis pies.

Doy gracias por todo lo que tengo: por mi familia, por mi compañero de esta vida, porque mis hijas me hayan escogido como madre, por mis amig@s y la tribu que formamos, por todo lo que me ha ayudado a crecer…


Agradezco todo lo que soy, porque conozco mis valores y me guío por ellos, por reconocer mis fortalezas y debilidades, por estar abierta a la crítica sincera y bien intencionada, por sentirme segura de mi misma, por gustarme, por poseer autocontrol, ser íntegra, por ser comprometida, tener iniciativa, por promover el desarrollo en los demás, por ser catalizadora de cambios, por estar dispuesta a abrir la mente y aprender…

Así comienzo mi vida con Mindfulness queriendo cambiar la vida de quienes me sigan a mejor al mismo tiempo que cambio la mía.

Lucho por la vida y por lo que aún me queda por vivir.