LAS MIL CARAS DEL ESTRÉS

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LAS MIL CARAS DEL ESTRÉS

Decir estrés es algo que puede asociarse a los trabajos de corbata, maletín y que aparece cuando esas personas, así vestidas, no consiguen los objetivos que se han marcado. Pero nada más lejos de la realidad porque lo cotidiano nos envuelve en un estrés similar al miedo. El miedo tiene muchos grados y mil caras.

El estrés es algo natural que responde a la necesidad de adaptación al entorno; pero resulta muy perjudicial si es intenso o se prolonga en el tiempo. Muchas personas, aún sin saberlo, viven en un alto grado de estés.


Estos son algunos de los síntomas más frecuentes del estrés.

 

Pensamientos: Temor excesivo a todo, autocrítica constante, dificultad para la concentración, pensamientos repetitivos, olvidos, duda y dificultad para tomar decisiones…

Emociones: Nerviosismo, confusión, irritabilidad, miedo, ansiedad, depresión, enfado permanente, reacciones desproporcionadas, estado de ánimo cambiante…

Comportamiento: trato áspero hacia los demás, risa nerviosa, alto consumo de alcohol, tabaco u otras drogas, relación poco equilibrada con la alimentación, llantos, …

Cambios físicos: Tensión muscular, problemas de espalda, cuello y hombros, alteraciones del sueño, manos frías o con sudor, rechinar de dientes, apretar mandíbulas, dolor de cabeza, mareos, tics nerviosos, fatiga, respiración agitada, sarpullidos, disfunción sexual…

Algunos de estos síntomas, la mayoría o todos, pueden impregnar la vida porque en ello está sumergida la mente. Los pensamientos nos ofrecen un espejismo como salvación para el inalcanzable control; creemos erróneamente que cuanto más pensamos mejor estamos porque la certeza racional busca los puntos de vista sólidos e inamovibles que parecen tener la solución y nos afanamos en esa persecución.

Se vive en el estrés cuando la vida está plagada de inseguridades, vergüenzas y compromisos autoimpuestos. Cuando se pretende ser perfecto y no se reconocen las necesidades propias; cuando la obsesión, la desconfianza y la impulsividad reaccionaria son las compañeras constantes.

Lejos de ello, cuando se practica el no hacer y aquietar la mente, aparece la seguridad, que aunque sin certeza, aporta flexibilidad y aceptación. Tendemos a llenar la vida de cosas y de datos la cabeza pero nos cuesta estar en el silencio y cultivar nuestro espacio vacío. Y es en ese espacio, en el que la mente no le gusta entrar porque significa que la están domando, donde se encuentra la calma y el bienestar.

Los niños pequeños y los adolescentes sienten el estrés, no es una cuestión profesional. Se puede permanecer fuera del mercado laborar, no tener horario ni fecha en el calendario, sintiendo toda la presión y el estrés que permitamos a la mente regalarnos. La fantástica receta de jugar al golf no sirve de nada si la mente no acompaña la bola.

La mente no se jubila pero podemos aprender a usarla para el júbilo porque la alegría acompaña al amor. Desde el amor lo escribo.