Caminando, en la playa, en la cola del súper, en casa, con los hijos, en el trabajo, en la cama, durante el día, en la noche, a solas, en compañía…
Mindfulness requiere únicamente de la mente y el cuerpo.
No requiere lugar sagrado, vivir en una abadía, vestir túnica, raparse el pelo, ir descalzo, postura de loto o lotería.
Veinte minutos al día de práctica constante, hacen que este hábito transforme la vida y cualquier situación o circunstancia pasa a ser objeto de ATENCIÓN PLENA, de ser observada con curiosidad y sin juicio.
Empieza a ser tenida en cuenta y ser recomendada como tratamiento de la ansiedad, el dolor, enfermedades del corazón, sida, cáncer o depresión. Llega a las adicciones, el embarazo, educación, a centros penitenciarios y como mejora en la producción.
Se financian proyectos de investigación y grandes y pequeñas compañías ven rentable crear espacios para el descanso meditativo. Sirve para la propia vida e inevitablemente para el mundo porque generando el propio bienestar, seguro lo estamos creando para alguien más.
Atención, atención, atención.
Esto es: Salir del hacer para sólo «ser».
Habitar cada instante desde el amor.