Estos son algunos de los síntomas más frecuentes del estrés.
Pensamientos: Temor excesivo a todo, autocrítica constante, dificultad para la concentración, pensamientos repetitivos, olvidos, duda y dificultad para tomar decisiones…
Emociones: Nerviosismo, confusión, irritabilidad, miedo, ansiedad, depresión, enfado permanente, reacciones desproporcionadas, estado de ánimo cambiante…
Comportamiento: trato áspero hacia los demás, risa nerviosa, alto consumo de alcohol, tabaco u otras drogas, relación poco equilibrada con la alimentación, llantos, …
Cambios físicos: Tensión muscular, problemas de espalda, cuello y hombros, alteraciones del sueño, manos frías o con sudor, rechinar de dientes, apretar mandíbulas, dolor de cabeza, mareos, tics nerviosos, fatiga, respiración agitada, sarpullidos, disfunción sexual…
Algunos de estos síntomas, la mayoría o todos, pueden impregnar la vida porque en ello está sumergida la mente. Los pensamientos nos ofrecen un espejismo como salvación para el inalcanzable control; creemos erróneamente que cuanto más pensamos mejor estamos porque la certeza racional busca los puntos de vista sólidos e inamovibles que parecen tener la solución y nos afanamos en esa persecución.
Se vive en el estrés cuando la vida está plagada de inseguridades, vergüenzas y compromisos autoimpuestos. Cuando se pretende ser perfecto y no se reconocen las necesidades propias; cuando la obsesión, la desconfianza y la impulsividad reaccionaria son las compañeras constantes.
Lejos de ello, cuando se practica el no hacer y aquietar la mente, aparece la seguridad, que aunque sin certeza, aporta flexibilidad y aceptación. Tendemos a llenar la vida de cosas y de datos la cabeza pero nos cuesta estar en el silencio y cultivar nuestro espacio vacío. Y es en ese espacio, en el que la mente no le gusta entrar porque significa que la están domando, donde se encuentra la calma y el bienestar.
Los niños pequeños y los adolescentes sienten el estrés, no es una cuestión profesional. Se puede permanecer fuera del mercado laborar, no tener horario ni fecha en el calendario, sintiendo toda la presión y el estrés que permitamos a la mente regalarnos. La fantástica receta de jugar al golf no sirve de nada si la mente no acompaña la bola.
La mente no se jubila pero podemos aprender a usarla para el júbilo porque la alegría acompaña al amor. Desde el amor lo escribo.