Esencias

Grandes aprendizajes en formato pequeño

Motivador

Las relaciones afectivas ocupan una importantísima parcela en todas las vidas. Pueden ser origen de nutrición y crecimiento o de dolor y desencanto al mantener patrones no deseados. Cuando un bebé nace si se coloca encima del vientre materno, de manera instintiva, se arrastra hasta el pecho materno. El aroma del amor lo mueve. En la teta de su mami tiene lo que necesita: amor, calor, alimento, contacto, comunicación, seguridad. Lo tiene todo ahí. Mamá es su Universo en ese momento y durante muchísimos momentos más, porque esas dos personas independientes forman una perfecta simbiosis de Ser.

La poca comprensión de la sensibilidad humana y la limitada visión de lo que es dar y recibir contribuye a crear un daño en lugar de un precioso regalo de bienvenida para quien llega a la vida. Si yo, como bebé, miro a mi mamá, siento la verdadera conexión amorosa
con ella. Logro reconocerme en ese espacio nuestro que es el apego, la seguridad y el merecimiento de todo lo que necesito. Sé que es posible porque lo estoy sintiendo en mí y me da calma. Mi esencia comprende e integra que la felicidad es una sensación de unión. Es algo intangible e imborrable lo que la lactancia materna, la piel con piel y otras experiencias posteriores aportan, como semilla, para lograr unas relaciones ricas, fértiles, armoniosas, cooperativas y amorosas.

Una Enfermedad Contagiosa

Dice Eduardo Galeano que el amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas que hay. Dice que a los que estamos enfermos de este bien se nos reconoce por los abrazos y por la necesidad de decir estupideces.

Me permito añadir a esta grandeza que hablar de amor con Mayúsculas es tan satisfactorio que, aunque se disfrace de estupidez, llena la boca de saliva y el corazón de emoción. Es algo tan sabroso, suculento y rico que inunda a la vez que satisface. Podríamos probar a pintar nuestra vida con él para sentir más el calor de su color.

Dice que se puede provocar si se deja caer un puñadito de polvo de “quererme” en el café. Pero no se puede impedir ni con agua bendita, ni polvo de hostia o diente de ajo.

Donde dije Digo, ahora digo Diego

Cada edad puede convertirse en una barrera o en una liberación. “Esto no lo puedo hacer, ya no tengo edad” o “ahora me lo permito porque me salto los prejuicios y el que dirán” .

Ir avanzando y decidir qué nos sirve en cada momento forma parte del aprendizaje de cada persona, en el caso de que quiera aprender, claro está. Algunas edades por ser más redondas muestran con más vehemencia estas inflexiones.

Cincuenta es un número bastante rotundo, que hace mirar a las primaveras vividas y sobre todo, enfrenta a lo que queda y para qué sirve el tiempo.

Hace poco me encontré a una mujer, compañera, amiga, persona querida que también ronda esta edad. Ella siempre había mantenido su preferencia por parejas mayores de las que pueda aprender y no traigan complicaciones. “ A los chiquillos que los cuide su madre” solía decir para referirse a hombres menores que ella.

¿Dependo o No?

Se promueve la autosuficiencia y no hace mucho tiempo se animaba a dejar que los bebés se consolaran solos. Se creía que el exceso de afecto hacía niños consentidos y los convertiría en adultos problemáticos e inadaptados: “ No lo cojas de la cuna, que se acostumbra” “ Déjalo llorar que eso expande los pulmones”. En los hospitales se aislaba los niños de sus familias o se veía a los bebés a unas horas determinadas, siempre insuficientes para llenar de amor sanador el alma nueva y alimentar el poderoso hilo del vínculo.

Existía la creencia, aún coletea por ahí, que el afecto, el contacto, las muestras de cariño debían suprimirse o dosificarse al máximo. Los padres si querían educar en la fortaleza a sus hijos, tenían que mantener un cierto grado de distancia con ellos. Esta creencia mantiene que el exceso de amor materno, hace a las criaturas asustadizas y dependientes. Se observó, por otro lado, que aún teniendo las necesidades básicas cubiertas (alimento, bebida, limpieza), las que que carecían de una figura de apego, no se desarrollaban con normalidad.

A primera vista puede parecer un contrasentido de la Independencia: Amor y Libertad. En realidad se hace necesario un apego sano con nuestras figuras de afecto porque éste es beneficioso y propicia una personalidad sana, madura y autónoma. Estudios con personas adultas mostraron, con resonancia magnética, como la presencia de la pareja ayuda a regular la presión sanguínea, el pulso, la respiración y los niveles de hormonas en sangre.

¿Quieres Bailar?

La mente no es muda y nos recuerda constantemente los miedos, el trabajo sin hacer, la discusión con los padres, el enfado con el compañero, eso que debería hacer la pareja, si hay pagos pendientes y… todo lo que podría salir mal. Las preocupaciones son totalmente legítimas y personales pero si nos sumergimos en ellas pueden arruinarnos cualquier instante. El gozo muere por ahogamiento en el mar de la inquietud.

Hay cuestiones muy básicas y poco originales que sin embargo deberíamos recordar siempre. El pasado no se puede cambiar y el futuro, aunque podemos hacer conjeturas sobre él, no somos capaces de predecirlo. Darse cuenta de esto, del gran poder de nuestros pensamientos sobre todo lo que hacemos, no hacemos o sobre lo que sentimos, es un gran paso hacia vivir el presente. Esa frase tan repetida pero tan poco fácil de realizar porque a la vuelta de esta palabra nos dejamos enredar por cualquier emoción contractiva que nos surja. Más aún, nos creemos las teorías que aparecen en la pantalla de la mente y dirigimos nuestras propias películas. Qué está muy bien si las podemos capitalizar, como Amenábar o Almodóvar, pero poco adecuadas para evitar el sufrimiento.

Vivir desde la serenidad, independientemente del entorno, es posible si se entrena la mente. Estamos rodeados por un universo de estímulos, de tareas, de jornadas con actividades intra y extra, de responsabilidades varias que evitan el sentir de ser dueños de la vida, sino que ésta nos arrastra.

Algo Ligero

Las emociones nos mueven a la acción, de hecho la palabra deriva del latín “emotio”, que significa movimiento o impulso. Las hay agradables y otras poco gratas pero aunque las etiquetamos como “buenas” o “malas”, todas tiene una función importante: la supervivencia.

El miedo a un amimal que se abalanza de manera imprevista sobre nosotros hace que reaccionemos con rapidez dando un salto para salvar la vida. El enfado cuando alguien se cuela delante de nosotros en una cola puede hacer que reclamemos nuestra posición y no nos dejemos avasallar, defendiendo nuestro espacio físico, psicológico y nuestro autorespeto en el mundo. La tristeza ante la pérdida de un ser querido permite que otros nos abracen y consuelen, lo que nos recuerda que no estamos solos en el mundo. La alegría nos permite reír con los demás y fortalecer vínculos con nuestro grupo, familia y amigos.

Podemos reconocer que los estados de ánimo internos se reflejan en ciertas señales corporales y cómo, retomando su sentido etimológico, “nos mueven”. Somos seres emocionales, no hay ninguna duda y de cómo nos relacionemos con ellas, depende “hacia dónde” nos movamos: podemos ir hacia la serenidad y el bienestar, o caminar hacia el abismo del miedo y el vacío absurdos.

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