Vivir es experimentar; la experiencia se desarrolla en el tiempo y sentimos que éste es muy limitado. Con el paso de los años damos valor a la vida por la calidad de los acontecimientos que vivimos y de los que aprendemos algo; así que una decisión importante es en qué invertimos el tiempo, a qué lo dedicamos.
Hay muchos factores que influyen, por supuesto, y es el pago por pertenecer a la condición humana, a una cultura y una sociedad. Necesitamos trabajar para vivir y cuidar de lo que nos acompaña. Pero existe un espacio para las decisiones personales y la elección hacia actividades que nos nutran.
El dinero adquiere su valor del tiempo y lo apreciamos porque parece que en cierta medida nos libera de las obligaciones y permite tener momentos disponibles para hacer lo que queramos. Los filósofos griegos decían que es en el tiempo libre cuando nos hacemos verdaderamente humanos por dedicarnos al desarrollo de nosotros mismos.
Según las estadísticas (siempre hay alguien que mide o cuenta estas cosas), la sociedad emplea esos apetecibles y soñados momentos en tres tipos de actividades: pantallas, conversación y hobbies.
“Gana por goleada” la primera porque nada es tan adictivo como la caja tonta o iPhone, iPad, iPod que tan bien capta la atención y la mantiene. Todo lo que sale de ahí parece muy interesante pero ¿ayuda a la persona a desarrollarse?; La conversación contribuye a expresar y socializar sin embargo ¿cuántas sentimos que son interesantes o nos aportan?; y las aficiones o el deporte son las más cercanas al ideal de enriquecer el yo, aunque suelen ser utilizadas para cuidar el cuerpo o quitar la ansiedad y fisiológicamente es la solución para sentir calma pero no alcanza la consciencia del ser.
Cada día hacemos y cada día somos, nuestras acciones son importantes y nuestros sentimientos también. Generalmente hemos aprendido desde la infancia a bloquear, eliminar o negar la emoción porque resulta doloroso y para evitar daños nos acostumbramos a la insensibilidad generalizada, que nos protege del pesar pero nos priva de la alegría de vivir.
Nos mantenemos en un inútil autoengaño porque no hay manera de negar el sentir y por más que nos resistamos saldrá a la luz para expresarse. El desafío es aprender a relacionarnos con las emociones y tener como objetivo la espontaneidad en sus respuestas sin dejarnos arrastrar por su remolino.
Necesitamos hacer limpieza en nuestros armarios emocionales, reorganizarlos para conseguir vitalidad y para ello se necesita dedicar tiempo al apasionante aprendizaje del Yo.