Aplazando, siempre vamos aplazando lo realmente importante. Aquello que nos hace sentir bien, convirtiendo el bienestar o la felicidad en una zanahoria que nunca se alcanza. Vamos juntando todas las intenciones para un futuro que nunca llega.

Con el cercano cambio de año los buenos propósitos imperan y son muy evidentes las promesas con nosotros mismos. En otras fechas el futurible puede ser más lejano aún: cuando me jubile voy a dedicarme a bailar; el eterno-próximo lunes empiezo la dieta; cuando tenga tiempo iré al gimnasio; tal vez en septiembre comience pilates;  cuando me sobre el dinero…; cuando los niños crezcan…; cuando apruebe las oposiciones…; cuando tenga pareja…

Creemos que todo se resolverá mágicamente, que aparecerá el dinero, el momento, las ganas, las oportunidades y desaparecerá el hambre, los obstáculos, la crianza, el ansia, nuestra madre o la pereza. Los hados mágicos se pondrán de acuerdo para facilitarnos la acción de ese momento siempre futuro. 

Pasa el tiempo, las semanas, los años, las décadas y no conseguimos eso que deseamos realizar, posponiéndolo una vez más. Tal vez hayamos iniciado esas clases de pintura a las que siempre quisimos ir y es entonces cuando la lógica encuentra una muy buena razón para abandonar. El intelecto se apodera del sentir aunque la sensación sea de bienestar. 

Esta pretendida  gran transformación (futuro en nuestra vida) normalmente va acompañada por “tengo que” o “debo de” en nuestro diálogo interno. Estas formas de amenaza son bastante cuestionables como pareja de transformación porque es vivir con un continuo ultimátum sobre la cabeza. Frente a las amenazas reaccionamos volviendo, en cuanto se puede, a lo anterior y lo que necesitamos para un cambio vital, prolongado en el tiempo hasta convertirse en un hábito es una respuesta paciente y compasiva. 

Existe en cada uno de nosotros un Yo con patrones de pensamiento, emociones y forma de actuar que se ve intimidado por ese Nuevo Yo que pretende aparecer con avisos y riñas constantes para lograr nacer en esas diferentes costumbres. Hay justificaciones subconscientes que la razón no ve y que minusvaloran al Yo Antiguo con el que hemos vivido hasta ese momento.  

El “yo soy así” ni “ésta/e soy yo” existen como identidad y el bienestar va acompañado, no de estrés sino de una imagen de aprendizaje y visión de mejora. Si entendemos quienes somos podemos hacer que esas metas sucedan. No desde la dolorosa autocrítica  sino desde la comprensión,  el ánimo, tiempo para apoyarnos y entender cada proceso. Únicamente tratándonos como nuestros mejores amigos o amorosas compañeras llegaremos a ser como nos beneficia ser porque la amistad es amable y comprensiva.  

Siempre da mejores resultados protegernos por nuestro ángel que asustarnos desde nuestro demonio. ¿No crees?