Todo tiene una finalidad y todo tiene que servir para algo. Vivimos en la causa-efecto y se busca el valor de las cosas, el premio, la consideración social, un pago económico, el aprecio grupal…y por eso buscamos la excelencia extrema. Para conseguir respeto y atención.
Cuando entramos en el ciclotrón del perfeccionismo, nos dejamos por el camino la frescura y la flexibilidad, para entrar en un control incontrolable.
Crecimos con nuestras creencias. Nos mostraron lo traumático del suspenso, la vergüenza de la equivocación, la risa del despiste y la tremendez del traspiés. 
 ¿Qué pasa si me equivoco?, ¿Sí no encuentro la solución?, ¿Si miro sólo el camino?, ¿Si valoro también el fallo?
Así pues me permito el lapsus, la equivocación, el descuido y la distracción. Me permito procrastinar y no andar. Me permito observar mi fracaso como una posible opción porque no existe la perfección.
Me equivoco y me levanto. 
Tu solución no es mi solución.
Lo hago lo suficientemente bien. 
Las cosas están siempre bien para aprender.
Esta es la vida, el camino entre un sueño y la exclusión.
Me siento a mirarla y mientras tanto escribo sobre equivocarse y crecer…

…para hacerlo desde el amor.