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Raices y Alas

Tenía la intención de escribir sobre el carnaval, sobre los disfraces que nos acompañan y ayudan a llevar la máscara diaria.

Algunas palabras bailaron alrededor de ese proyecto pero una cosa es el interés personal y otra muy diferente la realidad de la vida, que siempre desemboca en la muerte.

Hace siete meses murió mi hija, hace unos días ha muerto mi madre. Hija y madre, alas y raíces. Cuando fallece mi hija se quiebran la alas de mi alma. De ella recibí un regalo de aceptación, de admitir todo tal cual y sentir que así es como ha de ser, que es lo correcto.

Cuando se muere mi madre se mueve la raíz de mis entrañas.

De mi madre tomo la vida que viene de arriba, tomo su historia, lo que fue, lo que pasó y así puedo estar en sintonía con todo. Gracias a ella y a mi padre, tengo la gran oportunidad de existir.

La mejor forma de prepararse para la muerte es frecuentándola a menudo, siendo consciente de su continua compañía, aceptando que aparece en cualquier instante, puede que sin aviso y si bien su cercanía tiende a ser fuente de temor, dolor y desesperanza, también es un proceso donde lo esencial aflora con facilidad, lo superfluo se desprende y sólo queda lo verdadero.

Tendemos a creer, cuando llega este momento, que no es el adecuado o es demasiado pronto pero nunca dejamos de estar en tránsito.

Tener presente la muerte como transcendencia, hace que el tiempo que transcurre desde el nacimiento pueda ser una oportunidad para realizar un camino interior desde la identidad del yo hasta nuestra identidad profunda y fundamental.

Están siendo momentos muy intensos, un período de pérdidas significativas que suponen una gran transformación.

Pérdidas que pueden provocar sufrimiento pero lejos de ser así y a pesar de sentir una profunda pena, tengo el corazón abierto a una fortuna infinitamente mayor que la aparente tragedia del morir. Mi consuelo, como dulce bálsamo, está en esta certeza.

El alivio va más allá del ánimo emocional, es fruto de comprender que desde el primer hasta el último tramo de vida tiene sentido, es parte de ese círculo perfecto que cierra una biografía.

Abandono la mirada limitada a la realidad que juzga desde la pequeñez de los sentidos. Tengo presente que todo aquello que no puedo oler, ver, oír o tocar sigue existiendo más allá del recuerdo o el olvido y eso me hace sentir un profundo agradecimiento. Gracias a mi madre, a mi hija y a los que antes que yo allanaron el sendero.

Gracias por hacer mi vida mucho más rica en luces y sombras, más armoniosa y serena. Gracias por ser mi referente, mi fortaleza, mi respaldo y mis maestras.

Gracias a ambas por enseñarme que el amor se aprende, se repara y que cuando fluye hacia nuestro propio árbol, hacia nuestro sistema, fluye también hacia los demás.

Me quedo con la vida como herencia para ser feliz en vuestro honor. Seguimos unidas por infinitos e invisibles hilos de amor.

 

 
Artículo publicado en El Revistín. Avilés Feb 2018