Cada día puede ser un recorrido de descubrimiento porque “no se trata de ver nuevos paisajes, sino de mirar con nuevos ojos”. 

Repaso mentalmente lo que creo importante en mi vida, lo que tanto aprecio y siento que a veces pierdo la perspectiva. Caigo en lo que se denomina habituación y en ocasiones olvido los motivos por los que todo es especial. Y digo “todo” porque estoy en una situación que me rodean grandes héroes cotidianos que van sobre ruedas o se mueven con dificultad y me baño en humildad a su lado, apreciando lo que la vida me muestra.

Nos acostumbramos a lo que tenemos y hacemos invisible aquello que lo hace único. Nos llenamos de expectativas y esperamos más, sin agradecer poder movernos en libertad, viviendo el presente con todas las sensaciones que lo envuelven.  

Valoro y agradezco tener una hija que me recuerda todos los días lo afortunada que soy y manifestar esta gratitud me envuelve en bienestar. Quiero regalar este poderoso don, quiero que mis hijas la sientan y forme parte de sus valores, pero no funciona la actitud interesada en las emociones. La gratitud es magia para la vida, algo que debe ser practicado y sólo se puede mostrar con el ejemplo del aprecio. Gratitud no como carga de deber sino como un sentimiento profundo de satisfacción; dar valor es apreciar sin poder poner precio. 

Valoro y acepto lo que está a mi alcance, mi independencia y también mi vulnerabilidad. Puedo abrir los ojos y observar. Soy capaz de oír, escuchar y regalar atención. Puedo amar y mostrarme. Desear, acariciar, reclamar o rechazar. Puedo rascarme o protestar. Soy capaz de resolver mi curiosidad. Puedo apreciar. Dormir, despertar. explorar y equivocarme. Puedo alimentarme y me atiborro, si quiero. Puedo seguir mi creatividad, dialogar, encontrar mi equilibrio y disfrutar aprendiendo.

Eso hago y así… estoy derrochando amor.