Un animal lleno de ansiedad, rabia y deseo.

La veía siempre en el mismo rincón de la cocina, sentada en una silla baja desde la que miraba por la ventana y anunciaba el tiempo para las próximas horas o días. Su yerno le decía con cariño que parecía el pastor del Gorbea y que sólo le quedaba salir en el telediario.

Ella, enmarcada en sus ropas negras, sonreía, mientras liaba un cigarro con manos ya temblorosas. Fumaba desde joven, desde que su Paco había bajado a la mina para no salir vivo. Desde que tuvo que comenzar a trabajar en la fábrica de armas para sostener las siete bocas que le pertenecían.

Se transformó entonces en un animal lleno de ansiedad, rabia y deseo. El deseo fue fácil de curar y algunos habían llenado la ausencia en su colchón. Calmaba la ansiedad con infusiones de cirigüeña que, de todos los males es dueña. Sin embargo, la rabia la acompañaba cada día, todos los días y lejos de convertirla en una persona amargada, había movilizado en ella una profunda sabiduría. La sabiduría de quien quiere absorber todo con pasión. Una pasión rabiosa por cada momento como algo hermoso.

La energía de rabia la ayudó a defenderse y proteger a su prole. Su empuje, hizo que buscara la justicia para ella y las demás mujeres de la fábrica. Agarrada a la rabia, consiguió el equilibrio necesario para sus realidades más dolorosas, la muerte de tres de sus hijos. La rabia hacía que se respetase, que se alineara con su propia verdad, consiguiendo así el respeto de todos los que la rodeaban.

Las mentiras, injusticias, engaños y traiciones que aparecieron en su vida, no se convertían en gritos, ni agresiones. Lejos de eso, habían sembrado en ella firmeza y sentido de lo oportuno. Sabía poner límites y acompañar sus quejas con alternativas, sin elevar la voz ni usar el insulto. «Eso no, esto sí o a mitad de camino»

De manera natural resolvía los conflictos movida por ese fuego interno; las soluciones venían a ella, atraídas por esa intención ardiente. Su rabia se había tornado en intuición para detectar inconvenientes, anticipándose en el tiempo. La rabia, también, le ofrecía dulces y oscuros periodos de tristeza, que ella conocía y abrazaba como parte de la vida, para sanar su corazón. Cuando salía de esos esporádicos episodios de profunda melancolía, resurgía renovada, convertida en una persona entregada, orgullosa y alegre.

Me llenaba de ternura verla cenar su sopa de tapioca con huevo. Siempre lo mismo, porque decía, le asentaba el estómago y hacía bueno el final de cada día. La tomaba lentamente, paladeando cada humeante cucharada, como había saboreando la vida. «Es lo que me pide el cuerpo, nena. Una sopina caliente y ligera»

Cuando siento rabia, tomo sopa de tapioca con huevo. Es lo que me pide el cuerpo para aligerar mi corazón.

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