Espejito, espejito…¿qué ves aquí, monito?

Espejito, espejito…¿qué ves aquí, monito?

La compasión, el altruísmo y la empatía son motor de avance de la humanidad.

Siempre me han gustado las palabras. Me gustan las palabras redondas y cálidas como ternura; también me gustan las rotundas y pesadas como hormigón; y sobre todo me gustan las palabras suaves y amables que acarician el corazón. Alguna de estas palabras son apacibles al mismo tiempo que contundentes, por ello se enfrentan a la desconfianza. Se asocian a ideas religiosas o con una moralidad trasnochada, sin embargo tienen un significado profundo y verdaderamente humano. Compasión, altruismo o empatía son palabras flexibles y fluidas que no se entretejen con la misma fibra rígida que lástima o pena.

Somos seres sociales, vivimos en comunidad y nuestra naturaleza es profundamente colaboradora, a pesar de que la historia se relata a través de la catástrofe, el poder a cualquier precio, la injusticia o la desigualdad. Hay una energía silenciosa y humilde que no es tan llamativa como el conflicto pero que conforma nuestra esencia. Si sólo fuéramos desavenencia y lucha ya habríamos desaparecido hace mucho tiempo, sin embargo aquí seguimos, pisando sobre nuestro destino. La compasión, la empatía y la colaboración son motor del avance en la humanidad, sin duda alguna.

Cierto es que la realidad está salpicada por problemas, injusticia, tensiones, delitos y sufrimiento. No puedo, ni pretendo negar lo obvio. Sin embargo, al lado de esto hay acciones sencillas de generosidad, actos cordiales y bondadosos, hechos que aportan consuelo y buena voluntad. Yo veo continuamente (cualquiera puede apreciarlo, a poco que ponga el foco de Atención y la intención en ello), vínculos sociales que llenan de alegría a la gente. Las relaciones cotidianas con nuestros semejantes son empáticas y por ello creamos la red social a la que pertenecemos como civilización. El clan atiende al desafortunado, al herido, al discapacitado y aunque en muchas ocasiones la compasión parece desvanecerse, renace de forma asombrosa y radiante en otro momento. Es como un contrato indefinido, fijo, discontinuo; su despliegue es poco regular pero su latencia es clara y determinante.

Nuestra historia también puede recorrerse calladamente desde otro hilo conductor como el Amor comprometido, la compasión o la misericordia, aunque se entremezclen con las connotaciones menos afortunadas de pena, lástima o debilidad. La realidad, lo verdaderamente auténtico del término, hace referencia a comprender, respetar y defender a otras personas aunque no tengan nuestros mismos intereses.

Hoy se usa mucha la palabra empatía. Múltiples investigaciones científicas demuestran que es una característica de los humanos. Somos capaces de ponernos en lugar del otro para tratar de comprenderle. Podemos ver en la sonrisa diferente la imagen de nuestra propia alegría y también comprendemos el dolor en un sufriente rostro ajeno porque nos recuerda los miedos, inseguridades y sufrimiento propios.

Así que esto ocurre: puedo cerrarme al dolor ajeno para no ver mi propio dolor, intentando en vano olvidar mi miedo e inseguridad o soy capaz de que la compasión me llene y tomo contacto con todo lo mío, con todo el miedo y sufrimiento personal que conllevo. Comprendo así que hay que tener mucha valía y una grandísima fortaleza para enfrentar los dolores más profundos.

Lejos de ser un sentimentalismo inútil, la compasión revela un potencial emocional y espiritual enorme que nos proyecta hacia los demás y que puede ser explicado científicamente. Comprender o explicar el sistema nervioso al detalle no es mi objetivo, sin embargo actualmente la biología molecular, la electrofísica y la informática avanzan lo suficiente para lograr generar e identificar imágenes de los neurotrasmisores en el cerebro.

Entender la base de su funcionamiento, estudiando las descargas electroquímicas, permitió realizar el experimento que culminó con el hallazgo de las neuronas espejo. Así, como en cualquier historia y con el devenir del tiempo, un neurobiólogo llamado Rizolatti lideró un descubrimiento más que sorprendente. Cuando estudiaban la respuesta neuronal de un grupo de monos ante determinadas actividades, descubrieron que las mismas neuronas también se activaban cuando los animales veían realizar la acción a otro grupo de simios o incluso a los científicos. Es decir, que para su cerebro era lo mismo llevarse un plátano a la boca o que lo hiciera otro. Había un grupo de neuronas que actuaban reflejando la acción de otro individuo, por lo que recibieron el nombre de “neuronas espejo”.

Ya en el cerebro humano se detectó que un grupo de células se activaba cuando pinchaban al sujeto-paciente con una aguja y también lo hacían cuando el paciente miraba cómo otra persona recibía el pinchazo. Una clara señal de la existencia de neuronas espejo en nuestra especie.

Así que la ciencia confirmaba y se abría ante una nueva dimensión: sentir el dolor de otra persona. La empatía como término filosófico, moral o usado en política social era constatado por una realidad biológica. Así es, una parte de nuestro cerebro reacciona fisiológicamente ante la alegría y dolor ajeno como si fuera propio.

Actualmente la función de estas neuronas es ampliamente reconocida como un importante facilitador de las relaciones. Somos capaces de ponernos en la piel de otra persona y aprender a través de la imitación, ya que nuestro sistema espejo se refiere tanto a acciones como a emociones. Esta es, muy resumida, la base de la conducta compasiva y empática.

Empatía, compasión, solidaridad, compañerismo, adhesión…palabras preciosas, llenas de acción. Porque a diferencia de “simpatía” supone una participación activa. Hay un voluntad por parte del observador de tomar parte en la experiencia de otra persona, de compartir la sensación y de realizar un gesto al respecto. Un tipo de inteligencia interpersonal que conecta entre sí a los seres humanos formando una unidad. La pregunta, como reflexión, que quiero lanzar es si estamos unidos a otros seres vivos y con el planeta tierra en su conjunto.

Tengo mis propias motivaciones, razones y emociones para escribir este artículo. Para mí la respuesta es afirmativa sin ningún género de dudas y mi deseo es incluir al lector en el “círculo expansivo de compasión”, hasta que todo lo abarque.

Somos un todo. Sólo podemos vernos a través del espejo que nos ofrecen los demás.

Publicado en el Revistín. Avilés Octubre 2019

Relación con Papá y Mamá

El origen de relación padres e hijos

Lo que vivo condiciona lo que escribo, las vivencias con mis hijas condicionan el filtro de mi visión y de mi palabra.

Me emociona enormemente la necesidad de amor en los niños. Como buscan la mirada, la caricia del paternaje o la sonrisa materna. “Mira mamá”, “Mira, mira, mira!, y aunque tuviera cien ojos no podrían abarcar su avaricia de atención que no es más que fuente de amor. Cierto es que no todo el mundo es padre o madre, sin embargo todos somos hijos o hijas. Todos procedemos de alguien. Es un denominador inclusivo en cualquier ser humano.   

La relación con los padres influye y determina totalmente el proceso de maduración de los hijos. En este vínculo, como hijos e hijas, somos tremendamente vulnerables al rechazo, miramos muy de cerca la aceptación como regalo, somos muy sensibles al dolor que nos trasmiten, a la capacidad de vivir alegremente, a su confianza, a su presencia y también a su ausencia. Nuestra experiencia en esta relación de partida nos define como personas.   

Quiero aquí aclarar que aún existiendo una gran distancia física o emocional, existe relación. Podemos calificarla como buena o mala  pero el nexo es inevitable. Ni la ausencia o el desconocimiento del origen evita esta marca de nacimiento porque la relación de no relación es un vínculo.   

La mayoría de las personas guardamos, en lo más hondo de nuestro corazón, alguna herida fruto de este vínculo con papá y mamá. Nadie está libre de experiencias dolorosas, esto no depende de nosotros sino de la vida. Como adultos sólo podemos decidir qué hacer con esas heridas. Podemos flagelarnos con el desgraciado sentir ocurrido o convertirlo en abono para crecer.   

Las vivencias dolorosas pueden anclarnos al pasado, en un enredo sin fin entre enfado, tristeza, exigencia o esperanza. Madurar, conseguir la fuerza adulta, significa soltar el pasado, asentir a nuestros padres y tomarlos.   

Asentir a nuestros padres es aceptar su naturaleza humana. Hicieron lo que hicieron, nos dieron lo que pudieron y nada más. Ser padre o madre no es una cuestión moral, es un papel vital otorgado por hecho de concebir o parir un hijo, sin más.  Cuando una persona no quiere reconocer que su padre o su madre lo son, está oponiéndose a la realidad biológica. Y es cierto que puede sentir mucho rechazo o justificar su gran enfado, sin embargo nada puede borrar que es hijo o hija de ese padre y madre. Mientras no se pueda reconocer este hecho, se está en lucha con la vida.   

Asentir no significa dar por bueno lo que hicieron o dejaron de hacer, ni que los consideremos “buenas personas”. Esto va más allá. Asentir es reconocer que nuestro origen está en ellos, que llegamos a la vida a su través. Nada más… y nada menos.  

Cierto es que cada persona, si quiere crecer, tendrá que reconocer sus heridas. Decir no, para luego rendirse y aceptar. Reconocer los aspectos dañados para poder mirar cada paso del camino transitado, por muy difícil que haya sido. Tras la negación de nuestro origen hay una íntima negación interna. Por el contrario, reconocernos como fruto de la unión de nuestros padres, fuera como ésta fuera, es quedar en paz con ellos y con uno mismo. Nos damos valor y nos reconocemos merecedores de la vida.   

Decir Sí a nuestros orígenes, de manera profunda, nace de la posibilidad de tomar a nuestros padres. Tomar a nuestros padres es abrirnos a recibir la fuerza de la vida que nos viene dada a través de ellos.   

Mientras permanecemos ligados a sus alegrías, penas o dificultades, más anclados estamos al pasado y menos en nuestra vida. Tomar a los padres significa que el amor que tal vez esperábamos que nos dieran, lo desplegamos en nosotros, al mismo tiempo que lo ofrecemos a los demás. La exigencia que podíamos tener hacia ellos, se transforma en gratitud interna por lo que en cada momento nos ofrece la existencia y la violencia recibida se abre a otras formas de relación.   

Esto que a muchos les parece tan sencillo, a otros tan obvio y a algunos nada claro ni evidente, es la base para conservar el equilibrio. Tenemos que ser pequeños ante los grandes que nos dieron la vida; adultos con quien escojamos como pareja; y progenitores para nuestros hijos.   

El ser humano quiere justicia. La vida busca equilibrio. En la base de todo siempre está el amor.   Publicado en El Revistín. Avilés.Agosto 2019   Soy Generosa Lombardero.
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Un corazón de sentimientos. ¿Y que dice la ciencia?

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Un corazón con sentimientos

Nos llevamos la mano al pecho para jurar, el miedo nos encoge el corazón, la tristeza nos lo parte y la alegría nos lo llena. Alguien con un corazón de oro es una persona buena, a los avisos intuitivos se les llama corazonadas y declaramos el amor con todo nuestro corazón. ¿Refranes sin sentido, costumbres, sabiduría popular? ¿Tal vez, casualidad?

La manía de que únicamente lo que vemos con los ojos existe, se resiste a admitir otras realidades. Personas sanas sufren paradas cardíacas y fallecen poco tiempo después del estrés sufrido por la pérdida de su pareja. Ayer se llamaba casualidad, hoy se reconoce como el El síndrome del corazón roto y se ha probado en los estudios de Facultades Universitarias: la muerte de uno parece precipitar la del otro.

En el Principito, la novela de Saint Exupéry, el zorro regala una confidencia:

– “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

– “Lo esencial es invisible para los ojos” —repitió el principito para acordarse.

El hombre de hojalata, en el Mago de Oz, buscaba desesperadamente un corazón para amar, sentir y vivir. Al espantapájaros, que pedía un cerebro, le decía: – “Ser inteligente no te hace feliz y la felicidad es la mejor cosa del mundo”.

Que es el corazón para la ciencia

Como sucede a menudo, la ciencia confirma lo que la humanidad sabe desde su comienzo. Hay una conexión corazón-cerebro con gran poder transformador. Un línea de investigación, la neurocardiología, indica que el corazón posee un forma de inteligencia diferente al cerebro, con mucha más influencia en nuestra vida de la que podemos imaginar o nos permitimos reconocer.

La razón del cerebro tiende a separar y analizar las partes, mientras que el corazón busca la síntesis. Ambas inteligencias se complementan en un baile sutil y parece que el binomio es dirigido por el órgano del amor. Es por tanto inteligente conectarse a lo sensible para adquirir un buen vivir.

Podemos pensar con el corazón y la ciencia apunta a que esto es fundamental para el ser humano. La biología molecular dice que el órgano rojo que impulsa la sangre es la glándula más importante del cuerpo y da respuesta a nuestra experiencia en el mundo produciendo y liberando hormonas que afectan a todas las funciones.

Un alto porcentaje de las células cardiacas (más de 60%) son células neuronales, no musculares como se creía, idénticas a las células nerviosas del cerebro. El corazón comienza a latir en el feto, antes que se forme el cerebro y no se sabe exactamente qué es lo que inicia su comienzo. El ritmo pulsante del corazón se genera desde él mismo y no necesita estar conectado al cerebro para latir.

No somos los únicos seres vivos capaces de organizarse en sociedades, de resolver problemas, de utilizar herramientas o de comunicarse. Creo firmemente que a poco que se observe, se ven carencias evidentes en esto que acabo de enumerar como atributos merecidos.

Es necesario ampliar el concepto de inteligencia porque algunos aspectos son…carentes de toda lucidez. Visto lo visto y leído lo anterior, podemos recalcular el objetivo de la inteligencia para rescatarla del reducto cerebral, sacarla de lo puramente racional e incluir nuevos componentes y perspectivas. Porque el éxito profesional o social no significa buenas relaciones personales, ni equilibrio en lo afectivo.

Cuando se ve la inteligencia como un conjunto de capacidades que se relacionan entre sí para dirigir nuestros pensamientos, emociones y acciones.

Cuando se entiende la inteligencia como creatividad a la hora de encontrar soluciones útiles y eficaces, entonces el concepto incluye lo intelectual, emocional, espiritual, social y también lo cultural. La comprensión de la inteligencia pasa por integrar lo lógico con lo no tan evidente e incluso sorprendente.

La comunidad científica ha ido subiendo por los peldaños desde la inteligencia simple, a la triple, distribuida, pasando por la emocional y la múltiple, dando cada vez más relevancia a todo lo que aporta el corazón. Manejo de las emociones, habilidades sociales, creatividad, motivación o sentido del humor se admiten ya como inteligencia.

Esto tiene mucho que ver con este órgano como gobernante porque genera un campo de ondas (esto es calor, presión, sonido, luz, señales eléctricas, magnéticas y electromagnéticas) ¡cien veces mayor que el del cerebro! y que reciben todas las células del cuerpo. Las señales que emite son fundamentales para el funcionamiento global del organismo y además guarda memoria de corto y medio plazo que nos permite tomar decisiones prácticas y rápidas sin necesidad de la intervención cerebral.

El corazón influye en nuestra percepción de la realidad y en la relación que tenemos con la vida. Cuando usamos la sabiduría del corazón todo se armoniza y funciona correctamente porque es una inteligencia superior que se activa a través de las emociones expansivas. Como el zorro del Principito te cuento un secreto: Cultivando las cualidades del corazón, la vida se llena de satisfacción y bienestar: apertura hacia otras personas, escucha amable, paciencia, cooperación, aceptación de las diferencias, coraje… Amor.

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¿ Qué pensamientos tienes ?

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¿Qué pensamientos tienes?

Estamos esperando en la cola para sacar unas entradas. De repente, una mujer le da una bofetada a la que está a su lado. Le grita, llamándola de todo menos bonita, y aún gritando se aleja rápidamente.

La otra mujer a los pocos minutos también se marcha sin pronunciar palabra. Las personas que seguimos esperando, sin saber realmente lo que sucedió, vamos dando gratuitamente interpretaciones de la escena.

Cada una a su manera muestra el propio sentir: alguna está enfadada, otra sorprendida, otra siente pena por la que recibió la torta, otra preocupada porque eran conocidas, a un adolescente le hace una gracia tremenda …. y así con todas las que rodeaban el punto cero.

En todos los casos, la emoción que mostraban era la consecuencia de sus pensamientos porque cada una, sin excepción, hizo su propia lectura.

Nos describimos el mundo desde nuestro diálogo interno y ponemos a cada experiencia que ocurre una etiqueta. Nos damos explicaciones de lo que aparece, al lado de palabras como bueno, malo, agradable desagradable, seguro o peligroso. Todo ello forma parte de una conversación íntima, propia y personal que está coloreada por nuestros pinceles mentales.

Recuerdo como, cuando iba al colegio, ante la proximidad de los exámenes y a pesar de ser buena estudiante, solía caer en un bucle de pensamientos tormentosos.

Si no estudio, suspendo; cuando suspendo, repito; si repito, no encontraré trabajo para poder vivir… ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer si mis padres faltan? Al miedo de suspender se unía el más terrible de todos para una niña, el pánico a quedarme sin mis papás. Así que me subía a una autoexigencia desmesurada que no me permitía dormir.

Nadie podía escuchar mis pensamientos y aunque fueran futuribles irreales, yo me los creía.

Nadie está libre de ese diálogo interior, la mayor parte de él es inofensivo y sirve para la logística diaria. Sin embargo, observarlo es el primer paso para conseguir gestionar las emociones que desencadena.

Hay diálogos Internos poco saludables que afectan muchísimo a la calidad de vida. Son muchos y variados; éstos son los más evidentes.

Pensamiento Dantesco

La mente vive en futurible catastrófico. Se proyecta hacia un futuro imaginario que muestra desde el escenario caótico a una terrible tragedia muy posible. Seguramente nada de ello ocurrirá, sin embargo, como la mente no sabe distinguir entre realidad y ficción, la química corporal responde con miedo a este diálogo y la inyecta en torrente sanguíneo. Este diálogo generalmente comienza por: “¿y si…ocurre tal o cual cosa?

Pensamiento de Autocrítica

Se fija siempre en las limitaciones y los defectos. Se recrea en la comparativas con otras personas o situaciones y siempre siente que está en desventaja. Algunas frases de este diálogo son: “no lo merezco”,

“No soy capaz”, “no puedo”.

Pensamiento Mártir

Desde un estado victimista hace ver a la persona que siempre atraviesa algo insalvable o insostenible. El individuo se siente desprotegido y sin esperanza, se llena de lamentaciones pero no hay intención de cambiar las cosas. Este diálogo suele decir: “nadie me valora”, “no les importo”, “no me entienden”, “siempre me toca sufrir”.

Pensamiento Autoexigente

El cansancio, agotamiento, nervios y estrés son los productos de esta tendencia a la perfección. Los objetivos siempre han de cumplirse y los errores son imperdonables. Lleva la intolerancia no sólo hacia sí mismo sino hacia los demás. Interviene con sentencias como estas: “no es bastante”, “no está suficientemente bien”, “no es perfecto, puedes hacerlo todavía mejor.

Comprender no es lo mismo que entender y hay sutilezas que llegan a ser grandezas. Me parece interesante trasladar esta diferencia porque es posible entender algo y no comprenderlo en absoluto. Comprender es hacer propio lo que se entiende, actuando de manera consecuente con ello.

Es ser consciente de algo e integrarlo en uno mismo para transformarlo en acción y si no lo hacemos preguntarnos el porqué. Entender es captar la idea, comprenderla es acogerla dentro para que sea útil. Comprender es el: ¡Aha, esto es!; ¡Qué claro lo veo!; ¡Eureka! Me sirve para la vida.

Seguro que puedes entender que tus conversaciones mentales afectan a tu realidad. Si pasas a comprenderlo, si las atiendes realmente, puedes mantener la distancia sin ahogarte en ellas.

Dirigirte desde lo que te quita energía a lo que te nutre. Desde el miedo al amor.

El Amor siempre muestra la dirección adecuada.

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Compromiso con la vida

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Compromiso con la vida

Todo ser humano tiene unas necesidades que son comunicadas a través de las emociones. Protección, contacto, seguridad, atención, descanso, reconocimiento…todas anunciadas a bombo y platillo por el embajador emocional.

Cuando no somos capaces de ver lo que aflora en nosotros, cuando huimos de la emoción, estamos negando nuestra humanidad, lo indispensable.

El  principal protagonista de la vida de cada ser es…ese ser. Observar en cada ámbito de la vida cuáles son mis necesidades, no es egoísmo, es atender la coherencia desde el buen juicio. Porque la emoción hace evidente un problema que la razón ha de resolver.   

No se requiere preparación para lo fácil, para la alegría o para el placer. Cuando en el propio existir aparece lo agradable, no buscamos la fortaleza que reside en nuestro interior sino que nos permitimos sentir lo que acontece. En las situaciones complicadas requerimos que aparezca esa fuerza que nos guíe para no perder el norte.

El conocimiento interior es precisamente eso, un ánimo resistente que dirige como un timón. No elimina el dolor, la tristeza o el miedo porque esto es consustancial al ser humano, sin embargo aporta paz, seguridad y favorece la comprensión de la vida en su dimensión total.

ayuda enormemente a llevar con más ligereza las circunstancias poco gratas.   Puedes preguntarte: ¿Qué no va bien en mi vida? ¿Puedo mirar hacia aquello que me desagrada? ¿Me enorgullezco de cómo lo encaro? ¿Qué ocurre cuándo tropiezo una, otra y otra vez en la misma piedra? ¿Cuánto de compromiso hay conmigo?   Son tantas las preguntas que nos podemos hacer, mindfulness ayuda a vernos a nosotros mismos  

Compromiso con nosotros mismos

Distintas respuestas o reacciones aparecen ante estas preguntas:  

Hay personas que ante una realidad difícil, la niegan y afirman insistentemente que están perfectamente, que no necesitan cambiar y no hay nada que mejorar. Dicen estar bien pero no lo están; existe algo que no gusta pero se niegan a verlo y generan un mecanismo de escape para no afrontarlo.  

Crean algún tipo de evitación ante la sensación desagradable. Seguro que en la mente del lector aparecen ejemplos de esto. Una adición al trabajo para evitar afrontar la comunicación con adolescentes o con la pareja, puede ser una buena imagen.  

“Reconozco que hay un desafío, sin embargo no se puede resolver porque no se pudo en el pasado” Este es el soporte para quienes no quieren acoger nada nuevo con actitud de aprendizaje.

Hay que reconocer que no lo sabemos todo y nuestro pequeño ego humano es, en ocasiones, muy pesado para abrirse a otras posibles vías. ¿Qué me va a contar nadie de mi problema, que yo no sepa? Siempre hay la posibilidad de abrir la mirada ante cualquier cosa o circunstancia vital, reevaluar la situación y no encerrarnos en nuestra propia ignorancia.  

Otros individuos (el más numeroso) aceptan y afrontan el reto con una promesa. Siempre en el futuro, siempre incumplido. El asunto se resolverá después de un cuando: cuando cambie mi economía, cuando conozca a alguien, cuando termine esto o pase aquello, cuando aparezca milagrosamente el tiempo necesario, cuando compre tal o cual, cuando adelgace, cuando esté en forma…

La voluntad se lanza hacia un porvenir impreciso, así se mantiene constante la solución en una colorida ilusión futura.  

Asumir qué todos tenemos conflictos, problemas, desafíos y defectos. La vida no lo es sin estos componentes. No encontrar solución, ofrece la opción de pedir ayuda. Bajarnos de nuestras expectativas ante cómo debería ser para solventar la cuestión, abriendo la mente a otra mirada.

Desde la humildad, saber solicitar apoyo para descubrir la fuerza que hay en esa acción. La petición de ayuda, lejos de ser una debilidad, es un refuerzo de nuestra fortaleza.  

Mirar hacia otro lado no evita la responsabilidad que nos pertenece. 

La emoción con su tenacidad siempre nos indicará si existe la voluntad y el compromiso hacia uno mismo. Si hay compromiso personal, entonces surge la satisfacción, como forma de amor propio.  

¿Te comprometes? El amor siempre está ahí para indicar cual es el camino adecuado.  

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