LA RAZÓN DEL CORAZÓN

La razón del corazón.

En esenciadeatencion.com estamos tratando la coherencia cardiaca. Creo que es algo muy interesante que quiero trasladar. 

Se trata de utilizar la inteligencia del corazón. Cuando el corazón y el cerebro se sincronizan generan un estado biológico donde el organismo funciona correctamente. Un estado en el que todo trabaja en armonía: la respiración, la digestión, la liberación hormonal, el sistema inmune…

El ritmo del corazón, a través de la respiración, produce un estado fisiológico óptimo para la salud, el rendimiento y los procesos regenerativos naturales del cuerpo. A este estado se le denomina coherencia cardiaca. 

El corazón es un órgano tan potente, que genera un campo eléctrico 100 veces mayor que el del cerebro y un campo magnético 5000 veces mayor. Esta energía, esta fuerza, se transmite a todas las células del cuerpo y se proyecta al exterior, envolviéndonos 360º. 

Este campo protector que nos dirige y protege, varía según la experiencia emocional que tengamos. Si tenemos emociones expansivas (entusiasmo, alegría, bienestar, gratitud…) que producen patrones de ritmo cardiaco equilibrados, esto repercute beneficiosamente en todo el organismo. 

Las emociones que nos contraen, como el enfado, la culpa o la decepción producen una descoordinación de la coherencia cardiaca. Una especie de caos en el ritmo cardiaco, que se ve reflejada en el cuerpo. 

En coherencia cardiaca se desencadenan millares de cambios bioquímicos, el sistema inmune se vuelve más fuerte, se piensa con mayor claridad y se siente bienestar.

Y después de esta información, mientras te enfrentas a los retos de cada día… ¿Qué puedes hacer? Pues, puedes crear coherencia en tu vida. 

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Respuesta al Corazón.

Me preguntan porqué recurro tanto a la imagen del corazón. Es una figura bonita, siempre me han gustado, pero no es esa la razón.  Recuerdo perfectamente, aunque tenía pocos años, el funeral de un pariente cercano en el que oía decir: “Se murió de pena”. Una persona saludable a la que venció la tristeza en forma de enfermedad. 
 
No es un secreto para nadie, la sabiduría popular está llena de historias sobre alguien a quien se le “partió el corazón” después que se murió su pareja, tras la enfermedad de un hijo o por un gran desencuentro con sus expectativas vitales. Estos casos comunes ya han dejado de tratarse como simples coincidencias porque los profesionales de la salud saben que cuando el cerebro emocional se desajusta, el corazón sufre y sucumbe por agotamiento. 
 
Existe un sistema íntimo e indivisible corazón-cerebro, donde el equilibrio del primero influye en el segundo. Si vamos un poco más allá ya se sabe que el intestino y el corazón cuentan con sus propios circuitos de miles de neuronas que son como minicerebros. Incluso contola la liberación de su propia farmacia hormonal: Adrenalina, oxitocina o la que influye en la tensión de las arterias. 
 
Las emociones se reciben en el cuerpo y solamente después se perciben en el cerebro. Lo que sentimos en diferentes estados es recepcionado por el corazón y hace participe a todo el organismo. Así que es clarísima la importancia del corazón en las emociones, no sólo una bella y romántica imagen, en él se plasma el sentir y lo expresa todo el organismo. 
 
La base de la inteligencia emocional es ésta, ayudar desde la calma y la serenidad al corazón para gestionar las respuestas en el cerebro. Son las emociones contractivas, como la ansiedad, la ira, el pánico, la tristeza y las preocupaciones triviales mantenidas en el tiempo las que afectan al órgano central y crean confusión en nuestra anatomía. Emociones expansivas, hijas del amor, como la alegría o la gratitud favorecen la adaptación del corazón y su correspondiente beneficio para la persona. 
El corazón simboliza el amor. Nacemos para sentirlo, lo pedimos,  necesitamos, suplicamos de diferentes maneras y siempre lo buscamos. La respuesta a los vaivenes de la vida está en nutrir y acompañar amablemente al corazón porque  todo responde adecuadamente si así lo hacemos.
La imagen del corazón hace recordar que todo lo necesario está dentro. Es la razón menos razonada.