Nos preocupamos tanto porque las cosas tengan un cierto orden, y sean como queremos, que el caos reinante con forma de virus nos produce ansiedad.
Nunca controlamos nada, sólo nos lo parece, es una ilusión. Controlamos, aparentemente, los horarios diarios y nuestra agenda, con la finalidad de serenar la mente. Es sólo una previsión por si la vida nos coloca en ese instante pero es una probabilidad entre muchas.
Ahora, con la pandemia como realidad posible, se descoloca la agenda y se borra el calendario. Nos vacía la vida de rutinas, de trabajo, de ingresos, de paseos, de movimiento, de aire, sol, abrazos. La llena de interiores, de incertidumbre, de inquietud por la quietud, de ansiedad, de rabia, enfado, miedo y ausencia de control. Nos enfrenta a la verdadera realidad, la ausencia de control. Esa significativa gestión de cada día, que nos acerca a la ilusión de ese poder, se ha desvanecido, no existe.
Mis hijas lloraban porque no tenían sus actividades. “No es justo”, decían. Sí, tienen razón. Todo el mundo tiene razón: es una situación difícil; se genera tensión porque estamos todos encerrados; el mal humor nos rodea; otro es culpable pero no sabemos muy bien quién; el problema no se está gestionando de la forma que cada quien cree; no sabemos qué ocurrirá…
Sí, todos tienen razón. Cada persona la suya y el argumento justo y razonable para poder sentir crispación, mal humor, aburrimiento y miedo.
¿Esto ayuda? ¿Se puede elegir?
Elijo tener calma y estar serena. No necesito tener razón, no necesito justificación, ni argumentos para la rabia, porque ese razonamiento sostiene el malestar. Suelto las justificaciones, pruebas y explicaciones. Solo elijo tener paz.
Respiro, suelto la necesidad de tener razón y decido hacer un espacio para la calma y la serenidad.
Incertidumbre y preocupación acompañan la alarma que estos días. El estrés aumenta la adrenalina, el cortisol y disminuye los glóbulos blancos, que realmente son los que nos defienden de posibles infecciones. El miedo aumenta el riesgo de contraer enfermedades.
La situación es la que es, así que la alarma no soluciona nada. En la medida de lo posible, encuentra la calma, el silencio y conecta de manera consciente con la responsabilidad hacia ti.
La información puede ser tóxica. Hay una gran diferencia entre mantenerse informado y estar intoxicado. Observa como te sientes ante tanta noticia alarmista. No se trata de blindarse a la realidad, sino decidir cuando es suficiente, porque nos está afectando.
La mente se satura con el problema, la preocupación y la queja. Aparece entonces la angustia mental y la tensión física. Quizá es buen momento para abrir un espacio para algo nuevo que te beneficie. Prestarte Atención, cuidar tus pensamientos, fortalecerte por dentro. Es tu interioridad la que está conectada al sistema inmunitario y una pequeña práctica diaria favorece tus defensas. El Mindfulness Transpersonal es un camino hacia el bienestar que comienza con un primer paso.
Te invito a esta práctica. Unos minutos de regalo para tus defensas.
Una importante responsabilidad del ser humano es construirse una mente satisfecha.
Es muy habitual culpar a alguien, a las circunstancias que nos tocan, o a la vida, de lo que nos ocurre. Cuando se traspasa esa actitud victimista, se puede aprender de las experiencias, crecer y avanzar.
Recuerda que el cerebro está concebido para aumentar aquello en lo que pone su atención. Aquello que simplemente «miras», sucede que se incrementa, tanto para la el victimismo y la impotencia, como para la alegría y el sentido de la vida.
La queja debilita al que la emite.
La satisfacción y el gusto por la vida es una capacidad que se aprende y desarrolla.
Tu consciencia puede entrenarse para hacerse familiar al goce y al bienestar que, además de producir endorfinas muy saludables para el organismo, «contagia» a los que te rodean, de manera muy estimulante.
Presta Atención, aprende y crece. Aprendizaje sutil.
La auto-observación es lo que tiene, siempre estás ahí para mirarte. Mirar hacia fuera y hacia dentro.
Me pusieron una multa. Algo que suele ocurrir cuando aparcas el coche donde no se debe dejar. Da igual que no estorbe a nadie y da igual que fuera por un momentito. Un eficaz agente (que en ese momento no me parecía nada encantador), cumpliendo sus funciones, me entregó el papelito con la sanción. Y hasta aquí la escena exterior. Ahora puedo entrar en el escenario interior, donde solo estoy yo. Donde solo yo puedo sentir la rabia y el enfado. Donde solo yo puedo escuchar lo que me digo. En ese espacio interno es donde puedo elegir cómo tratarme. Puedo ser mi mejor amiga, comprensiva y amorosa o ser mi peor enemiga y flagelarme emocionalmente durante esa jornada o alguna más.
Mindfulness es un acto de compasión y amabilidad, es una forma de aprender a tratarse amorosamente y con respeto. La práctica va haciendo que esta actitud cale profundamente y crea la posibilidad de relacionarnos con los demás del mismo modo.
Basta practicar con lo que ocurre a diario, considerar la posibilidad de ser amables con nosotros mismos, sin importar lo que sintamos y pensemos. Esto no tiene nada que ver con la negación o la justificación de lo desagradable (como la multa), sino con acogernos, acompañarnos suavemente cuando afrontamos los aspectos más ásperos y difíciles de la vida.
Una idea que , que aceptes o no, llega del corazón.
En contra de lo que la sociedad parece enseñarnos, mostrarse y emocionarse es necesario y saludable. Cualquier emoción reprimida, es una energía retenida en nuestro interior, que de alguna otra manera se canalizará.
Mostrar afecto es maravilloso. A nuestra pareja, hijos, hermanos, amigos, compañeros, vecinos… Dar abrazos, decir palabras amables, mirar desde la compasión y la comprensión, mostrar, de alguna manera, la ternura que guardamos en el interior. Porque nos apetece, porque nos hace bien, porque así sentimos el calor ajeno, porque esa energía nos eleva.
El aprendizaje es un proceso que modifica la actitud de la persona.
«Un niño muy sensible e inteligente solía preocuparse y lamentarse por el estado en el que se encontraba el mundo.
Más adelante, durante su juventud, empezó a protestar y a quejarse por las políticas impulsadas por el Gobierno de su país.
Frustrado por no conseguir los cambios que deseaba, al llegar a la edad adulta centró sus críticas y juicios en su mujer y sus hijos. Fue sin duda una vida marcada por la lucha, el conflicto y el sufrimiento.
Sin embargo, al cumplir 80 años y aquejado de una enfermedad terminal, experimentó una revelación que transformó su manera de ver la vida. Tanto es así, que horas antes de fallecer dejó por escrito el epitafio que más tarde se escribiría sobre su tumba:
– Cuando era niño quería cambiar el mundo. Cuando era joven quería cambiar a mi país. Cuado era adulto quería cambiar a mi familia. Y ahora que soy un anciano y que estoy a punto de morir, he comprendido que si hubiera cambiado yo, habría cambiado todo lo demás”.